top of page
Buscar

La Carta Leída (relato)

  • Foto del escritor: danielchawnamuche
    danielchawnamuche
  • 27 jun 2023
  • 4 Min. de lectura

En el último viaje que realicé hacia Bogotá, debajo de la puerta de mi habitación de hotel, apareció una carta. Estaba sin sobre. A juzgar por el aspecto en que la encontré debió haber sido empujada por el viento de modo que intuí que alguien en el pasadizo estaría buscándola. Abrí la puerta con la premura de encontrar una persona. Empero, solo sentí una brisa fría.

Cerré la puerta de la habitación. Alcé la carta por un extremo como si fuera una delgada hoja seca. La carta mantenía el vestigio de los dobleces. Sin poner atención al contenido de ésta, noté que al final de la hoja constaba una firma con letras cuidadosamente dibujadas: “L.A.B”; un poco más abajo un pequeño corazón con la inscripción "tuya". Observé la longitud de los párrafos y la correcta ortografía. Por un momento, contemplé la belleza de las letras escritas a mano. Era un asombro que no sentía desde hace mucho tiempo tras la aparición del e-mail.


La apoyé sobre un individual en la mesa del comedor. Me preparé un desayuno y me senté en el sitio opuesto del que ocupaba la carta. Tenía mucha curiosidad por saber quién era “L.A.B.” Encendí mi teléfono, abrí la página de la red social, tecleé la letra L para ver la lista de mis contactos: Lady, Leonor, Lesly, Lina, Lissete, Lizarda, Lizbeth, Lorena, Lourdes, Luna. Luego, caí en la cuenta que “L.A.B” no podía ser ninguna que conociera y, consciente de que no era el destinatario, me pregunté por qué habría de merecerme conocer la intimidad de sus pensamientos. No obstante, al tenerla allí, al frente mío, me percibía como en una especie de testigo anónimo.

Mientras iba tomando café, pensaba en la recepcionista del hotel. Era una linda morena. Terminé de beber sin tomar mayor importancia. Recogí una mochila. Salí de la habitación y del hotel.


Tomé un bus que me llevaría por siete horas hacia un pueblo y de allí caminé 45 minutos hacia la finca cafetalera de un amigo. En el trayecto, crucé cerca de una escuela rural y me llamó la atención la dulce voz de una maestra de clases. Curiosamente me asomé para mirarla por el marco de puerta, ella estaba de espaldas y escribía en la pizarra. Su caligrafía era clara y ordenada. Allí recordé nuevamente las siglas de la carta encontrada esta mañana. Me quedé absorto de verla escribir hasta que volteó y salí del trance. Entonces, me sonrió y dijo:


- ¿Se le ofrece algo?

- Si. ¿Me puede decir por dónde llego a la finca de don Getulio? Pregunté.

-Sí señor. Siga recto hasta el aviso que diga finca Beltrán y vaya por la derecha. Coja un palo por si salen los perros.

-Gracias. Le sonreí.

-Siga usted. Añadió.


Llegué a la finca de don Getulio. Las plantas de café ya estaban en floración. Pronto cayó una fina lluvia que muy rápido cesó para dar paso al olor de tierra húmeda. Ingresé a la casa. Una empleada me invitó a la sala y no pasó mucho tiempo cuando llegó don Getulio. Él firmó la documentación que le llevaba y anunció que viajaría hacia Bogotá para llevar a su hija. De modo, que ese mismo día estaba presto para retornar hacia la capital.

Salimos de la finca siguiendo el mismo camino que ya había recorrido al llegar. Los niños salían de la escuela. Don Getulio disminuyó la velocidad hasta que se detuvo.

-Aquí esperaremos a mi hija. Me dijo.


Sin poner mucha atención a sus palabras, yo miraba el tumulto de niños con uniformes azules. Interrumpió una linda mujer:

-Usted ¿ha estado esperando mucho tiempo?

-No mucho Lenita. Suba.

Respondió don Getulio y añadió:

-Le presento al ingeniero. Es quien ha venido para dejarnos los papeles de la certificación.

-Buenas tardes.


Le sonreí a su hija. Usted es la maestra de la escuela, nos vimos hace unas horas.

-¡Sí! Lo recuerdo. Por lo visto, no se perdió.

-Perdón, no me dijo su nombre.

-Magdalena Beltrán, para servirle.

-¿Y va siempre a la capital?

-Sí señor. Voy a visitar a mi novio.


Su respuesta me alegró no por la información sino por la forma en que lo dijo: emocionada. Hablamos de muchos temas entre ellos: me contó que enseña la materia de lengua castellana y organiza un programa de lecto-escritura de cuentos.


Al llegar a la capital, don Getulio me indica si me dejaba en el hotel. Yo me negué con cortesía. Quería recorrer un poco el centro histórico de Bogotá antes de viajar de retorno a Lima. Cuando regresé al hotel, saludé a la bella recepcionista quién antes había estado sonriendo frente a la pantalla de un monitor. Subí por las escaleras. En el pasadizo, podía sentirse una leve brisa. Saqué la llave con esa sensación de que en la habitación alguien me esperaba.


Al abrir, encendí las luces. La brisa ingresó a la habitación moviendo la carta que yacía en el individual de la mesa. Levanté la carta y la leí. Era una carta muy hermosa. Describía la soledad de la lejanía, las ansias del pronto encuentro, el deseo de una vida sin separación y una interminable post data.

Preparé mis maletas. Eché papeles y recibos al tacho de basura y con ellos la carta leída. Al día siguiente, al dejar la habitación, caminé por el pasadizo y saqué de mi bolsillo una hoja de papel doblada que en la víspera del viaje había escrito. La desdoblé y la observé por última vez. La coloqué sobre el apoyo de la ventana que da vista al centro de la ciudad. Mientras bajaba por las escaleras, una brisa leve movía la misiva de respuesta. Ésta estaba firmada con mis iniciales y un corazón con la inscripción "tuyo".


Dchawsj

Yamakai-entsa, Junio 2016.




 
 
 

Comments


Publicar: Blog2_Post

Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

©2021 por Relatos, Crónicas & otros. Creada con Wix.com

bottom of page