VETERINARIA "MI PANCHITO" (relato)
- danielchawnamuche
- 7 mar 2021
- 6 Min. de lectura
Éramos muchos en casa y era tan pequeña como para criar un perro. Mi padre se compadeció de una perra abandonada recién parida y nos llevó un cachorro a la casa. A mi madre no le pareció agradable la idea. Mi padre la conocía bien. Antes de que pelearan, él atinó a responderle:
-Agradece que no me traje a los otros cinco que quedaron.
Y ella se calló.
Pronto, mi madre le cogió cariño no tanto por la idea de tener un perro sino porque al último de sus hijos no le gustaba tomar la leche y cuando llegó el cachorro, mi hermano empezó a beberla y a compartirla con él.
Siempre pensé que en la vida de ambos habría ciertas coincidencias. Santiago, el menor de mis hermanos, nació prematuro, enfermizo y su tamaño no era más grande que el cachorro.
Vivíamos en un callejón, en un segundo piso de madera. La sala era también la cocina y el comedor. La única habitación la dividía una cortina de tela donde muchas veces vimos las siluetas de mis padres amándose.
Fue un día cuando salíamos hacia la escuela en que el cachorro nos siguió. Éste aún no descubría qué eran las escaleras. No nos preocupábamos; pues mi madre, al verlo indeciso si bajar o no, lo arrastraba con el pie y lo introducía nuevamente a la casa.
Una semana después, el cachorro bajo el primer escalón y torpemente rebotó hacia el segundo. Quería reincorporarse pero siguió dando tumbos por el tercero, cuarto, quinto y así llego hasta la planta baja. El perro quedó tendido. Rápidamente, mi hermana lo cogió del pellejo del cuello, subió corriendo por los escalones, empujó la puerta con la cadera e ingresó al cachorro hacia la sala.
-¿Has visto qué técnica para bajar tenía? le pregunté a Susan, mi hermana.
-Gracioso. El perro por poco se mata.
-No, no es cierto. Si hasta parecía Jackie Chan.
-Apúrate que nos va a dejar el bus. Martha, Hellen y Ricardo ya deben estar en el paradero.
Martha nos miraba de lejos y nos hacia señas para correr pues el bus ya llegaba. Helen jugaba con un pabilo haciendo figuras geométricas. Ricardo miraba asombrado a una señora gorda.
Subimos al bus y Susan quien era la mayor pagó el pasaje de todos. Aún jadeando le conté a Ricardo como Jackie en un acto acrobático bajaba las escaleras. Así fue como comenzamos a llamar al cachorro. No había fin de semana en que alentábamos al perro a que baje las escaleras.
Era fácil darle de comer a Jackie porque vivíamos cerca del mercado central. Visitábamos los puestos de carne donde muchos de los dueños eran chinos inmigrantes. Martha era amiga de una chinita del colegio cuya familia tenía un puesto en el mercado y le era más fácil que le regalaran algunas menudencias de pollo. Ricardo era muy tímido pero esto lo hacía más tierno. A veces conseguía de los chinos algunos retazos de carne o hueso. Con Hellen íbamos donde las ambulantes que tendían en el piso sus verduras y con el pie, sin que se dieran cuenta, robábamos algunos camotes.
Susan poco se interesaba por el perro pues ya entraba a la adolescencia. Pronto ayudaría a mi madre con Santiago. Mi madre volvió al negocio del remiendo de ropa. Mi padre trabajaba en un taller de autos donde también arreglaban bicicletas y parchaban llantas. Él soñaba en que algún día tuviese un carro y nos llevara a todos la playa.
Los mellizos, Martha y yo, jugábamos casi todas las tardes con Jackie. Corríamos tras de él, a veces con una pelota por el callejón al cual se nos unían algunos vecinos o amigos del colegio. En las noches Santiago quien ya empezaba a gatear seguía a Jackie. Cerca de las 7.30 de la noche mi padre llegaba y Jackie se quedaba mirando la puerta. El perro se ponía impaciente pues sentía a mi padre llegar antes de que subiera las escaleras.
Si ya la casa era pequeña para nosotros, lo era aún más para Jackie. Conseguimos unos cartones, una vieja camisa de franela de mi padre y acostumbramos a Jackie a dormir en el umbral de la puerta. Mi padre construyó

una reja al pie de la escalera para que el perro no pudiera salir a seguirnos hasta el colegio.
Susan era muy inteligente como para continuar en la escuela del barrio. Susan se mudó donde una tía y se fue a otro colegio. A pesar de la poca amistad entre Susan y Jackie se extrañaron mutuamente. Susan venía a visitarnos algunos fines de semana para ayudar a mi madre con la costura y ambos jugaban.
Martha quedó como la mayor y la responsable de pagar los pasajes del bus. Al irse Susan, Santiago ocupó su lugar al ser destetado. Muchas veces Martha se daba un tiempo para jugar con Helen a las muñecas pero casi siempre jugaba con Ricardo y conmigo al fútbol, a las damas, al ajedrez y a los jases. Mi madre prefería tenernos jugando entre nosotros que vernos andar por las calles. Para tenernos allí, muchas veces nos preparó popcorn o manzanas acarameladas.
Un día en que jugábamos a la escuelita Martha rompió la regla de madera de sastre que usaba mi madre en la cabeza de Ricardo. Mi madre se enfureció. Sin embargo, fue lo mejor pues Martha decubrió su vocación de maestra y Ricardo nunca olvido la tabla del ocho. Muchos años después mi madre había dicho que el pedazo de regla le fue más útil que cuando estaba entera. Santiago aprovecho el otro pedazo para jugar con Jackie.
Extrañamos a Hellen después que se accidentó. Pasó tres meses internada en el hospital. Susan iba a visitarla y se turnaba con mi madre. Aunque yo pensaba que mi padre siempre se iba a trabajar, visitaba a Hellen y buscaba otros trabajos para solventar la rehabilitación. Martha cocinaba. Junto con Ricardo cuidábamos a Santiago. No le teníamos mucha paciencia parece que le quedó algo de rencor pues lo obligamos a cagar en el bacín porque ni uno de los dos soportaba cambiarlo de pañal.
Hellen pudo recuperarse del todo pero no salvó el año de estudio. Por ello, Ricardo acabó primero la escuela. No obstante, logró algo que pensábamos que sólo Susan podía hacerlo y es terminar en el primer puesto. Sucede que Hellen repasaba de los cuadernos de Ricardo así que al repetir el año las cosas le resultaron más fáciles al siguiente. Ella quedó con una ligera cogera mientras que Jackie quedó con una pata recogida. Nunca supimos realmente que cómo pasó el accidente. Hellen jamás volvió a pisar un hospital pero cogió un gusto por los medicamentos al punto que muchos años después estudió para trabajar como técnica farmacéutica.
Pensábamos que Ricardo sería músico. No tocaba mal la guitarra. A mi madre le gustaba mucho y siempre soñaba con que Ricardo pudiera tocar boleros como los que mi papá le cantaba a ella. Mamá le llamaba mi Panchito. Santiago era el que mejor bailaba con ella. Mi madre tenía muy buena voz solo que nunca la habíamos escuchado antes. La primera vez fue el día en que no había quien hiciera calmar a Santiago entonces ella lo logró lanzando un melodioso: "Pasarán más del mil años muchos más... yo no se si tenga amor la eternidad". Ella guardaba con mucho cariño un disco de vinilo de los Panchos pero no había donde escucharlo.
Quizá Ricardo se dio cuenta de que la música no lo llevaría a ninguna parte. Parece ser que después que atropellaron a Hellen comprendió que lo único que quedará para siempre en la ciudad son los carros y su velocidad. Si había gente que reparaba personas, él quería reparar autos. Mi padre lo llevó al taller y ello significó el ingreso a lo que sería por el resto de su vida su pasión. El talento que tenía para la música lo ayudó para detectar los fallos sólo con oír el sonido del motor.
Con el tiempo, compró el taller donde trabajaba mi padre y abrió dos sucursales más. Nos hizo mudar a otro distrito, financió el negocio de Hellen y cubrió los estudios universitarios de Santiago. Murió un día en que un delincuente le disparó dentro de un auto lujoso que manejaba para repararlo. Ese día, el viejo Segundo Jackie aulló dos noches seguidas.
Martha fue la primera en casarse y Susan vivió un tiempo con nosotros mientras salían sus papeles por una beca que había conseguido para estudiar en el extranjero. Mi padre arrendó el local del primer taller para un negocio de hamburguesas. Uno de los locales que perteneció a Ricardo lo administró Santiago y el otro, yo. Cuando terminé mis estudios de Literatura, quité todo y lo acondicioné como parqueadero. Santiago cerró el taller y abrió su propio negocio: "Veterinaria Mi Panchito".
La casa donde vivieron mis padres hasta el final de sus días tenía un gran jardín. Allí fue enterrado Chan Tercero luego de que Santiago lo desahuciara. En su reemplazo conseguimos tres perros: Neo, Yet y Bruce. Lo suficiente como para que los hijos de Martha y Hellen pudieran jugar con ellos.
Dchawsj
Fusagasugá-Colombia, setiembre 2017
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