Su camioneta blanca (relato)
- danielchawnamuche
- 9 may 2021
- 2 Min. de lectura
"Aquello no podía continuar". Era el pensamiento que hubiese deseado saliera de sus labios...
Había pasado 2 años desde que el intento por acercármele definió una línea final y otra de inicio: tenía novia. Podría jurar que con su constante negativa yo la idealizaba cada día más. Y ahora después de dos años desde que ella me dijo que sí, todo parecía que aquello no anduvo tan bien como dicen sobre cuatro ruedas. De hecho, durante ese tiempo, ella sacó su licencia de conducir y le escuché por más de 45 minutos al teléfono su alegría de saber que su papá le compraría una 4 x 4. Y soñó con el modelo y el color, la comodidad y la velocidad. Yo debería haber estado contento. No obstante, debí haberle dicho aquello que me incomodaba: su carro no hacía juego conmigo. Ella resultó muy agradable en mi familia. La vieron alegre y con más seguridad que sencillez. Mi madre adoraba de ella su cabello castaño y su camioneta blanca. No podía decir lo mismo de su familia, nunca me abrieron la puerta y solo me escucharon desde el intercomunicador del condominio. Quizá le preguntaron sobre el origen de mi apellido o si yo era el joven quien conocieron en el club. "Acaso eso debía importarme". Era otro de aquellos pensamientos. A ella no le importaba, me decía. Sin embargo, paulatinamente, se dio cuenta de que aquella amistad y juvenil amor, a pesar de un buen inicio, no prosperaría más allá de los esfuerzos que pretendíamos. Yo logré sacar con mucho mérito el brevete de conducir y ella de cuando en cuando me dejaba manejar su camioneta. En el momento que decidí contarle que terminaría la relación, ella resignó que le encantaron nuestras conversaciones caminando y fue algo que valoró mucho de mí: la sencillez con que tomaba las cosas. Aunque si era consciente de que la presencia de tremendo animal metálico denoto graves diferencias. A juzgar de lo que sucedió ese día, ella ya estuvo preparada. Reímos como nunca y conversamos de un futuro absurdo que jamás sucedería. Me dejó manejar su camioneta y me dejaba abrirle la puerta para que subiera. Le propuse que camináramos un rato. Ella dijo que mejor no pues sería más difícil. Le entregué sus llaves e intercambiamos asientos. Hablamos y nos abrazamos por última vez dentro de su camioneta. Al bajar, ella me dio una sonrisa correspondida mientras yo alzaba mis hombros sin certeza. Ese día llegué a mi casa caminando con un corazón lleno de recuerdos color castaño. Dchawsj Yamakaientsa, mayo 2014

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