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Siempre hay un lugar para el humor (Crónica)

  • Foto del escritor: danielchawnamuche
    danielchawnamuche
  • 1 nov 2022
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 1 nov 2022

Mi madre había fallecido en Los Ángeles, EEUU a fines del mes de junio de 2005. La repatriación demoraría unas semanas. Lo cual, a mi familia, nos daba tiempo para hacer unos preparativos nada sensibles de rigor: separar un local para la misa, preparar las exequias, hacer algunos trámites notariales, avisar a los amigos y allegados, contratar el panteón de su última voluntad y, finalmente, enviar el obituario en el diario de mayor circulación.

Todo ello se hizo con anticipación y cuidado asumiendo que cada miembro de nuestra numerosa familia haría su mejor esfuerzo.

Una mañana de unos días antes de su arribo al suelo patrio, el pequeño grupo de mi familia quienes nos hospedamos en el departamento de nuestros padres esperábamos el diario para leer el obituario.

De pronto, el sonido del teléfono nos sobresaltó advertidamente. Mi padre contestó. Era una de mis hermanas mayores al teléfono y al borde del asombro y casi a la desesperación habló: “¡Aló! ¡Papá que has hecho! ¡Has leído el periódico!” Mi padre respondió: “no, aún no”. Ella replicó: “Papá, debería decir Parroquia La Encarnación”. “¿Y qué dice?” preguntó mi Papá. Mi hermana gritó: “¡La Reencarnación!”.

Mi Papá sonreía con un gesto un poco desencajado y respondió rápido: “¿Qué? ¿Y no es así?” Fue la respuesta de rápida salida de mi padre aunque ya sabía de la metida de pata. ¡No! ¡Los católicos no creemos en la reencarnación! Respondió mi hermana. “¡Bah! ¡Ya está hecho! Decimos que se equivocó el periódico”. Añadió mi padre y luego cambió de tema.

Esto sucedió unos varios meses antes de mi ingreso al noviciado de los padres jesuitas. Aunque la doctrina nunca ha sido mi fuerte ni lo será, la reencarnación podría tener algo de sana lógica, un poco de afecto y bastante humor. En fin.

En el día más esperado de mi vida, mientras observaba a los invitados de cuando en cuando esbozaba una risa aguantada cuando imaginaba: ese señor de la esquina podría con un mejor traje sería el Dalai Lama y aquel negrito del Callao, San Martín y el calvito de allá de allá, el gran Mahatma Gandhi, y mi bella prima del norte podría ser Marilyn Monroe o Sarita Colonia.

Dchawsj

Yamakai-entsa, Amazonas. 1ro de noviembre de 2015.




 
 
 

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