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Primer día de clases (crónica)

  • Foto del escritor: danielchawnamuche
    danielchawnamuche
  • 27 sept 2021
  • 4 Min. de lectura

He escrito varias crónicas quizá por ir aplazando ésta que a continuación sigue. Probablemente, cuando éramos niños, muchos de nosotros hemos vivido aquella experiencia del primer día de clases. Algunos con un poco de pena, otros con alegría y muchos no la querrán recordar.

Pero no quiero comenzar esta historia sin antes presentar un hecho previo al acontecimiento sucedido hace ya muchos años en Lima, en el distrito de Magdalena del Mar en la primaria del colegio Claretiano. Sucedió unos pocos años antes y en un lugar llamado nido Santa Rosa en el año de 1980. Aquel lugar ubicado en el distrito de La Perla en el Callao cuyo lugar no he vuelto a ver jamás ni siquiera por alguna línea de bus que se desviara de su ruta ni taxi que tomara atajos ni por la purísima casualidad. Desde entonces, no he comido mejores alfajores de los que allí vendían, ni jamás he visto los juegos de arena tan bien cuidados, ni los jardines de farolitos y, más aún, volver a escuchar el sonido del acordeón que tocaba una de las monjitas mayores: la tía teté.

Tras cursar dos años, primero en el salón azul y después el naranja, el nido se acababa sin saberlo. Nunca más usar el mandil ni las corbatas que nos distinguían, ya no más las láminas para pintar aunque las pintara mi hermana melliza, ya no más las actuaciones, ni la celebración de los cumpleaños, ni el trencito pa´ no perderse. Ahora comenzaba la etapa escolar, mi pequeño uniforme gris, la camisita blanca y la insignia con la imagen del padre fundador de la congregación de los hijos del Inmaculado Corazón de María.

Mi hermana melliza estudiaría en otro colegio por recomendación psicológica y no por ella sino por mí. Nadie vive dos veces para redimir aquella decisión profesional. En fin, ya a esa edad tenía que acatar la dureza de la separación para grabarlo en mi memoria con las pocas frases en castellano que todavía no había aprendido. A partir de ese momento la vida como antes me era conocida se dividió en dos momentos: la vida familiar y la vida escolar.

Cuando llegó aquel momento del primer día de clases, todos mis hermanos se fueron en la mañana porque yo era el único que estudiaba por la tarde. Una vez sola la casa deshabitada e inmensa para un niño con unos pocos meses antes de cumplir los seis años resultaba un lugar maravilloso a investigar y curiosear durante la mañana. Pronto aparece en escena mi mamá, después de asearme, me vistió con el uniforme, me peinó, me hizo almorzar. Después dijo: “sube al carro que te llevo al colegio y aprieta el botón de la puerta”.

El carro, manejado por mi madre, salió de mi casa. Volteó en Paso de los Andes y tomó la avenida Faucett. Luego, subió por la Marina y bajo por Sucre hasta una calle llamada Huamanga de allí volteó en la calle Independencia donde paradójicamente terminó mi libertad.

Por un portón de madera, el colegio deglutía cientos de niños algunos con sus madres mientras decenas de carros y movilidades escolares esclavizaban la calle Independencia. Allí aparecían también los vendedores de golosinas y chucherías inútiles que todos los niños deseaban y compraban. Nunca había visto tanta gente desconocida junta. De repente, en ese desconcierto junto con el sonido del timbre de formación, mi madre me dijo unas palabras y le obedecí, me dio la espalda y desapareció. En aquel momento solo me acompañó el llanto tan parecido 23 años después.

Pronto me di cuenta que no era el único perdido pero me sentía que era él que más lloraba. Allí conocí a un compañero de promoción, que casi no hablaba, del cual me he sentido profundamente agradecido. No importa si quizá él me llevó o yo lo seguí hacia la sección. Ambos ingresamos al aula de la sección “E” de la amable y linda miss Zoila y estuve allí todo ese día.

Al día siguiente, volvería a ver al compañero, a la miss Zoila y a muchos niños más que por la premura de lo sucedido no conocí. Pasado unos minutos, ingresó por la puerta del salón el regente Correa y anunció: -”Alumno Chaw Namuche, usted no es de esta sección, recoja sus cosas”. Me puse de pie y levanté la mano para que me viera porque era realmente pequeño. Busqué con la mirada al compañero que me sirvió de guía en el primer día y alcé la manita para despedirme de él. Por último, le sonreí a la miss mientras me miraba maternalmente. Salí del aula con mis cosas e ingresé al aula de la sección “D” de la miss Celia y ocupé un asiento en la única mesa redonda junto con otros 8 niños. Aquella mesa redonda desaparecería meses después.

A partir del segundo día de clases hasta el último en diciembre del año 1992, ya no se repitieron más escenas de llanto. Salvo la vez en que A. T. N. y de puro pillo –y lo escribo sin ningún rencor- me dio con su rodilla en las bolas en el año 1985 cuando cursábamos el cuarto de primaria.

Dchawsj.


Yamakaientsa, setiembre 2013

Pd: O. T es el compañero que me ayudó, es médico y al parecer que vive y trabaja en alguna parte de Europa. A. T. N. es empresario y vive en Grecia. Ambos coincidieron conmigo en el año 1985 en el 4to. Grado “E”. Finalmente, terminamos en la promoción LII en 1992 pero en aulas diferentes y solamente nos saludábamos de vista a la distancia.




 
 
 

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