No Hay Devolución (Relato)
- danielchawnamuche
- 11 jun 2023
- 5 Min. de lectura
Cuando tenía cerca de 5 o 6 años edad, mi madre me acercó un billete y dijo: “Anda donde la Chelita y compra una goma”. La Chelita era una librería de barrio. A esa edad casi no se sale solo de la casa y menos para ir a comprar. Yo estaba maravillado, pues nunca había tenido en mis manos un billete de mil soles con la figura del almirante Miguel Grau. Hasta ese entonces solo recibía moneditas de 10 libras o 50 libras y a lo mucho una moneda plateada de 100 soles.
“Agarra bien la plata”, “Mira ambos lados de la calle”, “Fíjate que te den el vuelto”, “No te estés comprando dulces”, “Tampoco figuritas”, “Vienes inmediatamente a la casa”, “No hables con extraños”, “Ten cuidado con los perros”. Eran todas las frases que escuchaba de mi madre antes de dejar la casa. Solamente pregunté: ¿Qué me dijiste que vaya a comprar?
- ¿Otra vez quieres que te lo repita? Preguntó ella.
No respondí. Miré a todos lados tratando de adivinar algo que ya sabía, pero no lo había olvidado y sólo quería cerciorarme de que en realidad entendía lo que me había pedido que comprara.
- Gooooo-maaaaaa en la librería. Respondió.
“Si. Eso era” Lo pensé. Felizmente que aclaró que era en la librería porque en la bodega venden también unos dulces llamados: “ositos goma” de diversos colores y unas gomas verdes llamadas “eucaliptos”.
Llegué a la librería considerando todas aquellas recomendaciones para salir. Allí estaba la señora Chelita y su esposo atendiendo. Ella llevaba unos anteojos gruesos y leía en voz alta las listas de útiles. El esposo -un poco más anciano- se encargaba de los que venían a comprar láminas “Huascarán”. Éstas eran figuras alusivas a la historia del Perú o de la naturaleza y también de cualquier materia. Entonces, uno compraba una lámina de los héroes de la independencia, o una lámina del cuerpo humano o de geografía la cortaba y la pegaba en el cuaderno.
Como veía a los dos ancianos atendiendo, no quería interrumpirlos así que miraba con mucha curiosidad las vitrinas de la librería. Miré los engrapadores, las reglas de plástico y de metal, los colores de la marca Mongol que nunca tuve, crayones, perforadores, relojes de gatos que movían los ojos y tizas de colores antialérgicas. A veces me quedaba mirando los adornos que también vendían. Había uno de un perro que meneaba la cabeza. “Cómo hace para mover la cabeza si está allí quietito". Pensé.
- ¡Niño! Gritó la anciana Chelita. ¡Qué vas a comprar!
Había olvidado lo que iba a comprar. Abrí el puño y enseñé el billete de mil soles. Miguel Grau parecía un anciano de lo arrugado que estaba el billete para que no se me cayera.
- ¡Dile a tu mamá que te escriba en un papel lo que vas a comprar!
Otra señora quién apoyaba los brazos en el mostrador, era condescendiente con ella:
- ¡Cómo dejan así no más que vaya la criatura a comprar! Hasta se lo pueden robar.
La señora me provocaba cierto temor. Las interrogaciones me intimidan y cada vez que lo hacían me daba menos valor para hablar y recordar. La viejita casi al borde de perder la paciencia comenzó a adivinar: ¿Hojas?, ¿Láminas?, ¿Borrador?, ¿Lápiz?, ¿Lapicero?, ¿Goma?
Abrí los ojos y le sonreí. Dije si subiendo y bajando la cabeza.
- Goma. Repetí.
- Atiéndale no más yo espero, el niño debe llegar rápido seguro a su casa. Señaló la otra señora.
La viejita sacó del mostrador una llave. Fue hacia una mampara de vidrio y abrió la puerta. Saco cuatro tipos de goma y de varios tamaños y volvió a preguntar: ¿Grande o pequeña? ¿Líquida o en barra?
Realmente, no sabía que responder. Solo recordaba que los líquidos mojaban o venían en las botellas y recordaba las frases de mi madre que decía: “No votes”, “no te ensucies”, “si tomas agua y luego hablas o te ríes te ensucias”, “no eructes la gaseosa”. Y luego me acordé de que la profesora decía: “tengan cuidado con la goma porque embarra”. Así fue como le dije a la anciana vendedora: “embarra”. Le acerqué el billete y ella me dio 250 libras de vuelto. Colocó la barra de pegamento Pritt en una bolsa y me despachó de la tienda diciendo: “¡Vaya rápido a su casa no este jugando por ahí!”. La otra señora movía la cabeza en indignación porque un niño vaya solo a comprar:
- Yo no lo dejo salir a mi hijo, con tantas cosas que se escuchan. Sabía que una vez encontraron a un niño sin ojos...
Ellas siguieron conversando y discutiendo los precios de una lista de útiles. Salí de la librería y me acerqué un ratito al puesto de anticuchos al ras de la vereda en la avenida Los Insurgentes. No iba a comprar nada solo quería oler el carbón y el aroma de los choncholíes fritos.
Tenía la curiosidad de ver el producto que recién había comprado. Lo destapé con mucho esfuerzo y parecía como esos coloretes que pintan de rojo en las bocas de las mujeres. Entendí que con la barra se untaba la superficie de las cosas y éstas se pegaban.
Pasando por las calles había papeles de la propaganda electoral del año pasado que se despegaban. Así que probé el descubrimiento usando la barra para volver a pegar la publicidad en los postes de luz.
Llegué a la casa y mi madre me resondró: “¡Por qué demoraste tanto!” Ella no me pidió la goma. Estiró la mano y me pidió el vuelto. Acerqué mi manita y abrí el puño. Le entregué las 250 libras. Ella dijo: “¡Esto es el vuelto, nada más! ¡vieja ratera!”
- ¿Y la goma? Preguntó.
Señalé la bolsa con la barra.
- ¿Yo te he dicho que compres goma en barra y encima Pritt que es la más cara? Me volvió a preguntar.
Como no le respondía, me dijo: “Anda regresa y dile que te cambie por una grande de 500 libras o dos pequeñas de 200 libras. Rápido”.
Fui, pero no pude devolver las cosas por más que le insistí a la viejita quien luego escribió en un papel unas palabras para entregárselo a mi madre:
“Señora no puedo cambiarle lo que me está pidiendo su hijo porque la barra de goma está usada. Tiene suciedades y restos de papel. Además, otra señora dice que lo ha visto pegando papeles en la calle”.
Mi madre leyó la nota. Se enfureció y me dijo: “vamos a ir los dos”. Salimos de la casa. Ella me cogió de la mano. Cruzamos la pista mirando hacia ambos lados en los dos carriles de la avenida de Los Insurgentes. Vi la propaganda electoral que había vuelto a pegar en un poste y se resistía ante el viento. Llegamos a la librería, pero ya había cerrado. Ella se tocó la frente, me miró con una colera que poco a poco se iba disipando. Observó el carrito de la vendedora de anticuchos y me preguntó:
¿Quieres comer choncholí?
Dchawsj
Pueblo Libre, Lima. Junio 2023

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