Movilidad Escolar (crónica)
- danielchawnamuche
- 24 dic 2021
- 3 Min. de lectura
Antes de que mi madre se dedicara por completo al negocio de los buffets, ella realizaba movilidad escolar. Siendo yo el último de sus hijos, me tocó muchas veces acompañarla para hacer los recorridos. Así, pude conocer no sólo los diferentes alumnos y colegios sino los diferentes colores del atardecer.
Eran inicio de la década de los 80´s. En esos tiempos, 1982, comenzaba la primaria del Colegio Claretiano en el turno tarde. Así, podía realizar mis tareas por la mañana, alistarme, almorzar y luego subir al carro junto con mi madre para la movilidad. Primero recogíamos a alumnos de un colegio especial y los dejábamos en sus casas -ese fue mi primer encuentro con los niños Down-. Luego, recogíamos de sus casas a los alumnos del colegio Alejandro Octavio Deustua y, después de dejarlos, me dejaba a mi en el Colegio Claretiano en la sede del distrito de Magdalena del Mar.
Durante todo ese período de ser viajero y copiloto de mi madre, no sólo me tocó ver la gente sino también las casas y la ciudad, así como, las rutinas maternales. De hecho, eran las madres quienes veían a sus hijos subir al carro a inicios de la tarde y eran ellas quienes los recibían cuando acababa la tarde ya de noche. La movilidad les daba seguridad y lo veía en sus ojos.
La movilidad no solo me enseñó a observar el tiempo, las personas y los lugares. Me enseñó a que la paciencia se inicia con la demora y que la demora es una fuente de imaginación, soledad y miedo. No pocas veces me tocó esperar la movilidad a finales de la tarde: veía como se iban los otros niños a sus casas en sus movilidades, veía el colegio quedarse vacío, veía el colegio en silencio, veía al Sr. Obando cerrando el portón y veía a la Sra. Martha limpiando los baños, veía como se iban uno a uno los comerciantes de golosinas y chucherías y, finalmente, me veía a mi mismo y a otros la manera cómo esperábamos en silencio a veces con miedo poder regresar a nuestras propias casas. Aprendí el valor de un: "no vengas tarde", "apúrate", "¿vendrás?", "no me quiero quedar aquí sólo", "qué habrá pasado".
Recuerdo otras experiencias sobre “la movi” que narraré en otra crónica. Por último, esa época de la movilidad escolar terminó en el año 1986. En ese año, el alumno debía trasladarse para terminar la primaria y la secundaria en la sede del Colegio Claretiano en el distrito de San Miguel. Es más, mi madre dejó de hacerlo no porque no le gustará el trabajo de trasportar alumnos sino porque el carro, un Dodge dorado, fue empeorando al igual que la economía del gobierno de Alan García. El año 86, daba inicio a la era del microbús y al periodo de regresar a casa a pie en complicidad con la noche. Se iniciaba así, mi tiempo de pedir dinero a mi padre para el bus, la de cargar la mochila al hombro y la de “latear con mis patas (amigos)”.
Dchawsj
Lima, diciembre 2012
Pd: José fue uno de los niños down que conocí, su abuela lo esperaba y lo adoraba. “Sandy” y “el Vivo” eran dos adolescentes de la secundaria del Deustua eran unos jijunas jodían a la gente lanzándoles cucuruchos de papel con una cerbatana de pvc. Si aún no se han jubilado: el Sr. Obando y la Sra. Martha siguen trabajando en el colegio. Lo sé porque los he visto 10 años después de que terminé la secundaria. El carro Dodge dorado fue vendido malogrado, lo vi pasar varias veces por la avenida Faucett, aún llevaba en la luna trasera el sticker del Dragón de una promoción del Colegio Chino-peruano Diez de Octubre. La leyenda dice que sirvió para transportar pescado desde el terminal pesquero en Ventanilla.

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