Las escondidas (Relato)
- danielchawnamuche
- 13 sept 2021
- 2 Min. de lectura
Aída siempre quería jugar a las escondidas como todos los niños normales. Sin embargo, también se esmeraba en cambiar un poco las reglas del juego. - Por qué no mejor cada uno se esconde. Luego escribe algo y lo deja allí. Al final, en vez de buscar personas buscamos relatos. Quién escriba mejor es el ganador. Propuso un día. Pero, a los niños del barrio les parecía una idea absurda. Decían que era parecido al colegio y ese lugar era lo más aburrido del mundo. Entonces, a Aída no le importó y comenzó a jugar sola como lo hacemos muchos de nosotros cuando se nos da la gana de jugar solos. Aída escogió tres lugares distintos en donde comenzar su juego. Eligió una banca del parque, un árbol y un poste de luz. Vi por primera vez a Aída cuando escribía en una hoja de papel sentada sobre la banca. Y esto fue lo que ella escribió: “En esta banca no hay nadie más que tu y yo. ¿Quién ocupará este lugar cuando yo no este?”.
Luego se dirigió al árbol y escribió: "si hay alguien en este edificio que cante o vuele para siempre". Finalmente, fue hacia un poste de luz y escribió: "Ahora que es de día nadie se fija en ti pero al llegar la noche con tu luz tenue das vida a las sombras y refugio a los perdidos". En ese tiempo, Aída tenía 10 años y yo,13. A esas edades, la diferencia si que era notoria. Ella aún en el barrio jugaba con sus muñecas mientras yo comenzaba a ir a las fiestas de adolescentes. Poco me importaba el juego de ella. No obstante, sentía cierta curiosidad. Sabía que después ella se escondía a un lugar para ver si alguien leía sus pequeñas notas. Cierto día, en que se fue a la tienda a comprar, descuidó su vigilancia y yo corrí en busca de lo que había escrito. Luego de leer, llevé sus relatos en mi memoria y decidí responderle para seguirle el juego: "En esta banca yo estuve antes. Yo la ocupo y cuando te vayas seguiré aquí".
El segundo: "En este edificio creamos canciones luego las escuchas cuando duermes". Y, finalmente, "Me alegra vivir por las noches. Siento que la oscuridad me ve". Un tanto escondido, miré con atención las reacciones de Aída cuando leyó mis notas. La vi con una sonrisa muy diferente. Quizá, la niña no había puesto esperanzas en este juego. Incluso, parece le restó importancia. Ella volvió a jugar las escondidas, de la forma normal. Aquello fue en el final de un verano. Pronto se iniciarían las clases del colegio. No pasó mucho tiempo y tuvimos un último verano en el barrio. Al siguiente, ya no estuvo. Aída se mudó de casa. Sólo la vi un par de veces. La primera, cuando ella ya tenía 12 años y poco quedaba de la niñita flaca y muelona. La última vez me llamó sin terminar de pronunciar mi nombre completo para interrumpirlo con una sonrisa mientras le brillaban los ojos. Ella seguía los últimos años del colegio secundario y más linda. Yo caminé sin detenerme, le sonreí y le saludé con la mano que estaba libre mientras en la otra llevaba a una chica de la universidad. Dchawsj Yamakaientsa, setiembre 2016

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