La gripe (crónica)
- danielchawnamuche
- 24 oct 2022
- 4 Min. de lectura
Tuve varias veces gripe pero ninguna como la que tuve en el verano del año 2001. Ese año conseguí un trabajo al suroeste de la capital, Yauyos. Lo cual, hacía que me alojara cada 3 semanas en la casa de mis padres.
Contraje la gripe y algo más -como la nostalgia- tras una fugaz reunión con una antigua amistad de la universidad la cual nunca jamás volví a ver.
Antes de viajar hacia la sierra yauyina, debía viajar 144 kilómetros hacia la Panamericana sur. Esa vez con un fuerte dolor de músculos. Allí, en San Vicente de Cañete, había alquilado un pequeño cuarto para poder descansar antes de viajar a las 8 de la noche en la empresa de transportes San Juan de Yauyos.
Mi obsesión por no llegar tarde me llevó media hora antes de la partida aunque el San Juan nunca era puntual. En aquella paciente soledad, sentía la cabeza a estallar. Horas antes había tomado algunas pastillas sin prescripción médica con la garantía de un farmacéutico de pueblo.
Con los ojos a medio llorar y somnoliento estuve sentado en la sala de espera de la rústica agencia en el distrito de Imperial. Una señora me preguntó si ese era el bus hacia Yauyos. "¿Usted ya ha viajado antes?" me preguntó. Y le respondí asintiendo meneando la cabeza. ¿Es seguro? Me volvió a interrogar. Alcé los hombros no tanto para preocuparla sino por la molestia del resfrío y para que dejara un poco de preguntarme.
Se acercó una bella dama hacia la señora y escuché como la de mayor edad le decía: "ese joven también va". La dama resultó ser su hija. Ellas habían viajado juntas desde Chincha media hora más al sur de San Vicente. Ella era una obstetra de piel blanca, de cabello castaño y agradable sonrisa. E iba a trabajar para la red de salud de Yauyos en el Puesto de Puente Auco.
"Amigo". Su agradable voz me despertó del malestar. "¿Vas a Puente Auco?" Me preguntó. "No". respondí mientras sacaba un pañuelo para despejar mis fosas nasales de la destilación. Y añadí: "Me dirijo hacia Llapay y son más o menos dos horas después”. ¿Y es tranquilo el viaje?" Volvió a preguntarme. Mire la cara de preocupación de su mamá y señalé: "Sí, solo que hace mucho frío al bajar del bus por la madrugada".
Cordialmente me dijo su nombre. Yo le indiqué el mío y mi profesión -por si ella pensaba preguntarlo- . Y así fue como me hice amigo de la familia. "Te ves terrible". Aseveró apenada. "Si" respondí escuetamente. La voz de ella sería mi mejor alivio. Yo pensaba que todas las chinchanas eran morenas y de cuerpos hinchados. Al final de la espera -antes de abordar el bus-, ambas mujeres conversaban en una larga tensa escena de despedidas sin pena explícita y muchos buenos deseos.
El bus de la empresa San Juan estaba repleto con gente de pie en los pasillos o sentadas en gran parte del viaje sobre sus equipajes. En cada pueblo, siempre había gente que subía y bajaba. Cerca de las dos de la madrugada el ayudante del chofer gritó: "¡Puente Auco!". Ella vestía una blusa colorida de mangas cortas cuando la conocí en Imperial pero al momento de bajar llevaba un casacón azul con el logotipo del ministerio de salud.
Mientras estaba afiebrado, me hacia el dormido fingiendo desinterés. Ella, sentada varios asientos hacia atrás, bajo rápidamente llevando una mochila. Estaba más preocupada por la carga que llevaba en la bodega. La seguí con el pensamiento desde que bajo y cada vez que el bus nuevamente arrancaba.
Cuando me tocó bajar imagine que ella seguía en el bus rumbo hacia Huancayo. Llegué un poco más de las 4 de la madrugada a Llapay. Cogí mi mochila y caminé unos 20 metros. Toqué el portón azul del Instituto Rural Valle Grande. Me abrió una señora gorda. Crucé el patio. Subí las escaleras y encontré una habitación vacía con dos camarotes. En la otra habitación estaba un zootecnista. El buen ingeniero me invitó un trago de macerado de menta con pisco más para mitigar el frío que por la gripe.
A las nueve de la mañana después del desayuno cuando el sol calienta la cordillera de los Andes, el zootecnista me llevó en su moto hacia puesto de salud de Laraos donde me diagnosticaron faringitis.
En el puesto de salud conocí a otra obstetra y en mi ronco atrevimiento le pregunté si conocía a su colega de Puente Auco. Ella se alegró coquetamente y me dijo que le enviaría mis saludos una vez que se contactara por la radio.
Mientras el zootecnista hacia unas gestiones, yo miraba la inmensa laguna Cochapampa así como los preciosos andenes pre-incas sembrados de maíz y habas.
A la semana siguiente, el tono de mi voz volvía a su normalidad, la gripe se desvaneció y la nostalgia se tornaba en añoranza. Faltarían dos semanas más para viajar hacia la capital a visitar a mis padres y, sobre todo, al pasar por Puente Auco, pensar que el destino quisiera hacernos volver a coincidir con aquella joven.
Dchawsj
Yamakai-entsa, octubre 2015.

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