LA CRUZ (RELATO)
- danielchawnamuche
- 31 mar 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 31 mar 2021
Hay una pequeña lomada cerca del poblado de Arroyo de las Canoas en Cartagena. En ella, se les ocurrió a unos clérigos sembrar una cruz para que los habitantes de las comunidades “afro” puedan contemplar la protección de Dios en la vida cada vez más dura del caribe colombiano.
El día que la sembraron se pidió apoyo de los hombres más fuertes de la comunidad. Ahí estaba el viejo Cisneros cuando estaba joven -él fue quien me contó esta historia-. Junto a este estaban Núñez, Mendiví, Garizaldo y Ortiz antes de irse a jugar al Atlético Nacional, entre otros.
La cruz era un horcón de guayacán muy bien labrado. La tendieron sobre el suelo mientras iban cavando un hoyo lo suficientemente profundo para que la cruz no se cayera. Trajeron piedras y cemento. Asistieron allí el padre de la congregación, un párroco Jesuita y un candidato a la orden fundada por San Ignacio de Loyola con seis amigos más.
- “Padre” -acotó Garizaldo- “esta cruz nos va a proteger hasta de un Tsunami”.
A la semana siguiente, la cruz sería inaugurada con la asistencia de las familias de las comunidades cercanas, así como de los oferentes y benefactores de la cruz.
Ese día se trajeron sillas desde Cartagena. Subieron a la lomada, religiosos de la congregación, el párroco jesuita y el candidato. En las sillas estaban sentadas las mujeres de las comunidades con sus niños. De pie, los hombres.
Los oferentes -muy católicos todos- comenzaron a llegar en sus camionetas. El párroco jesuita inicio la ceremonia. Mientras se daba el evento, -una a una- las mujeres de las comunidades fueron cediendo los asientos a los oferentes.
Terminado el evento, el candidato increpó al párroco:
- ¡Estamos igual que en la colonia. Esto está igual que cuando vivía San Pedro Claver. Cuatrocientos años de abolida la esclavitud y nada ha cambiado!
La cólera le duró tanto que el joven postergó, por un año, el ingreso a la Orden.
Una vez que culminó la ceremonia en el cerro, los oferentes tendrían un almuerzo en una de las instalaciones más lujosas del centro de Cartagena. Allí había una oferente quien llevó una imagen de Cristo para que sea bendecido junto a la gran cruz.
De pronto, un grito silenció la sala. El párroco se había retrasado pues quería quedarse unos minutos con la comunidad. Cuando llegó a la recepción, ya lo esperaba otro padre, un diocesano. Y al notar la palidez de su rostro le preguntó:
- ¿Qué pasó?
- “Míralo tú mismo”, respondió.
El padre ingreso al salón. La imagen del Cristo de la oferente estaba tendida sobre una mesa junto al aire acondicionado. Antes de acercarse a la imagen, preguntó:
- ¿Qué pasó?
- Padre.
Se le acercó una mujer con el rosario en la mano con lágrimas en los ojos:
- Padre, acérquese… mire el Cristo ha sangrado -dijo, la mujer-.
El padre miró y respondió:
- Efectivamente, eso que está rojo es probable que sea sangre”.
Los oferentes estaban allí ansiosos esperando si el padre daba fe del milagro en aquellas instalaciones de lujo. Después de un tenso silencio. El sacerdote les increpó:
- ¡Es increíble que ustedes puedan ver sangre en una imagen de Cristo cuando hace unas horas no han visto la pobreza en que viven las mujeres y niños de la comunidad!
Sacó un pañuelo de su bolsillo, limpió la mancha roja de la imagen la cual quedo más limpia que su conciencia. La señora recogió su imagen, la abrazó y se retiró sollozando.
Los mozos sirvieron el champagne y el buffet. Y el ruido de la celebración volvió a su normalidad.
Año tras año, ellos se reúnen como siempre para destinar y agradecer donaciones. Y juraron nunca más invitar a aquel párroco.
Dchawsj
Arroyo de las Canoas, Cartagena de Indias, Colombia. Marzo, 2018

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