La bailarina y el actor (crónica)
- danielchawnamuche
- 1 dic 2022
- 2 Min. de lectura
Ella tomó un gusto por la danza contemporánea. Yo, por el teatro.
Ella era preciosa: su candor en la sonrisa, su cabello lacio y sus ojos ligeramente asiáticos. Poseía una agradable fisonomía gracias al movimiento y a su estricta dieta de vegetales.
Intenté conocerla pero resultó imposible. Éramos totalmente opuestos en gustos empezando por su dieta vegana y un sano alejamiento de todo vicio.
Casi siempre nos tocó compartir espacios en las funciones por el día de la Universidad Agraria.
Lo vuelvo a repetir: ella era muy hermosa. Poseía una disciplina envidiable respecto a la danza. Su cuerpo hablaba al son de las melodías. Se movía como un poema al viento: a veces como la suave brisa que acaricia el rostro o como una tormenta que todo lo golpea. Sus movimientos eran tan sinceros que reflejaban la paz de su alma y la lozanía de su cuerpo.
Lo mío era el teatro: retaba a mi timidez, me conducía hacia situaciones dramáticas o histriónicas y, al menos por unos instantes, podía dejar a un lado mi apaciguada personalidad y ser otro. O quizás yo mismo pero distinto y sin complejos.
Un día ambos directores de los respectivos elencos nos reunieron en un taller común de expresión corporal. Aquello pudo haber sido una oportunidad del destino. No obstante, ella llegó un poco tarde y murmuró: “Tengo recuperación de química”. “Ya está bien, pero el jueves es la presentación” le respondió su directora. Ella asintió y sonrió a sus amigas para luego mover sus manitas.
Sus amigas eran altas, bellas y esbeltas. En ellas, no pude encontrar esa misma energía ni gracia pero si el mismo misterio de la danza.
En el día de la función, estuvimos reunidos en unos amplios salones que fungían de camerinos. Allí estaba ella junto con el elenco de danza calentando sus cuerpos con estiramientos de hombro y brazos. Estaban vestidas con mallas y se disponían luego a maquillarse.
Unos metros más allá, los actores hacíamos nuestro propio calentamiento y concentración. Yo movía mis labios para que no me fallase la dicción recordando mis líneas y movimientos. Calentaba mis cuerdas vocales con un tenue sonoro "ommmmmm" mientras me arropaba con el vestuario de terno y corbata tipo michi. Luego, me maquillaba con base y pintaba un poblado bigote para envejecer mi rostro universitario.
A pesar de la proximidad entre ambos elencos, no había cabida para la distracción. Ella en su danza; yo, en mi teatro. Aquello sucedió en setiembre del año 1998.
Tres años después ya había terminado la universidad. Trabajaba en la producción orgánica de plantas medicinales. Fui a visitar el mercado de productos orgánicos en el parque del Reducto en Miraflores. En uno de los jardines, vi a un grupo de chicas ensayando una disciplinada coreografía y al extremo izquierdo estaba ella.
No me quedé mucho tiempo allí, suspiré una sonrisa y la nostalgia por la actuación me invadió.
Dchawsj
Yamakai-entsa, diciembre 2015.

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