Hello! Is it me you're looking for? (Crónica)

Las manos me sudaban un poco. Me sentía, tal vez, impaciente. En algún momento tenía que atreverme.

Las fiestas en mi temprana adolescencia de finales de los 80’s no fueron un problema. El reto era perder el miedo a sacar a bailar una música lenta o balada. Había varias chicas y dentro de ellas, las más afortunadas. Aquellas que en la vida escolar cotidiana pasaban por desapercibido pero que en las fiestas hacían de su presencia hermosos lienzos.

Me llamó la atención una niña que estaba cerca de la mesa donde se colocan los bocaditos y estaba abanicándose con su mano luego de bailar la canción en ritmo salsa:“I'll always love you”, de Tito Nieves. De pronto, sonó las primeras melodías de la canción de Lionel Richie: “Hello”. Quienes ya se sabían la canción se apresuraban a sacar a alguna chica sobre todo, primero, a las afortunadas. Yo miraba aquel espectáculo de púberes disparados como bolas de billar pronto a emparejarse.

De hecho, yo no quise quedarme de pie junto con los menos afortunados y recién percaté de la canción cuando escuché el fuerte y melodioso: hello! Me acerqué tímidamente hacia la mesa de los bocaditos –porque ese era el plan B- y vi sola a la niña quien hace unos instantes se abanicaba con su mano. Llevaba puesto un vestido color blanco nácar, cabello esponjoso ensortijado y unos largos aretes.

-“¿Bailas?”. Le pregunté. Ella ya había rechazado a uno que no le quedó otra que darse media vuelta y retornar al sitio de los menos afortunados que yo había dejado libre. Me miró. Hizo un gesto y una mirada indicando cierto cansancio y respondió:

-“Ya comenzó”.

Alcé los hombros sin pensarlo y le sonreí. La melodía continuaba y la letra de la canción seguía: “I can see it in your smile”. No dejé de mirarla. Sonrió, me miró de lado con su ojo izquierdo y se puso de pie. Allí noté que mi mirada con la suya hacia un ángulo de 45 grados. Coloqué mis manos a ambos lados su cintura mientras ella ponía las suyas sobre mis hombros dejando caer sus codos. Pensé que me abrazaría el cuello como lo hacían otras niñas. Pero, para ser la primera vez, no me quejé.

-Tú no eres del colegio. ¿No?

-No, yo vine con mi hermana.

-Y ¿Quién es tu hermana?

-La que está por allá bailando con ese manganzón. Mi respuesta le robó una sonrisa.

-¿En serio? ¿Eres mayor o menor?

-Somos mellizos.

-¡Sí! A ver ¡Si, se parecen bastante! Agrandó la sonrisa y se le iluminaron los ojos. La próxima semana va a haber otra fiesta. ¿Vendrán?

-Si, claro. Respondí sonriéndole sin dejar de ir de un lado a otro lentamente con el ritmo.

Después, la música seguía y ella me interrogaba acerca de que si los mellizos pueden leerse la mente entre ellos. Yo estaba feliz porque miraba sus ojos, su bella sonrisa, sus largos aretes y su cabello hecho resortes.

De pronto, se silenció el toca-casettes y se detuvo la música. Toda la gente gritaba y armaba chacota como en salón de clases. Los enamorados seguían bailando y llamaban por su apodo al que ponía la música. Prendieron la luz y silbaban a las parejas que quedaban. Quien había colocado la música era uno de los que también bailaban. Se acercó y retiró su casette del equipo cuya cinta magnética estaba hecha un largo rulo enredado.

Ambos nos reíamos para salir del trance de la balada. Luego, ella retiró sus manos de mis hombros y yo quité las mías del talle de su cintura. Me sonrió coquetamente y regresó a su conversación de niñas murmurando la sorpresa de su descubrimiento. Yo aproveché que estaba cerca de la mesa para lanzarme sobre algún bocadito frío.

Caminé lentamente con la frente en alto hacia el lugar que había dejado libre. Miré y le guiñé el ojo en gesto triunfal a uno que estaba con la cara larga de decepción y en cuya sebosa frente aún no reventaba el acné.

Dchawsj

Yamakai-entsa, diciembre 2015.