Estrellita y me alejé de ti (relato)
- danielchawnamuche
- 1 nov 2024
- 4 Min. de lectura
Estar a solas con ella en mi habitación resultó ser la experiencia más extraordinaria que he podido recordar.
Hasta ese momento, mi cuarto y las otras habitaciones que tuve en el futuro resultaron ser una proyección de mis quereres, de mis simbologías y de aquellos sueños que algún día pensé se podían cumplir.
Entonces, no faltaban los símbolos de mi equipo de fútbol, el reloj de pared, una calcomanía de ying-yang y una pintura surrealista. Ahí mismo, los posters de mis cantantes favoritos quienes fueron pasando según la edad y la moda: John Lennon, Héctor Lavoe, Jamiroquai y Bob Marley.
Había un poster que nunca cambié -aunque no era de un cantante- era una imagen la cual me llamó mucho la atención y la compré en un puesto del Jirón Quilca en el Centro de Lima: Jesucristo con boina en la cabeza y un habano en la boca. Ahí mismo, el símbolo de los labios rojos con la lengua afuera de los Rolling Stone en matices rojo y negro. Aquella lámina me recordaba una canción de “Los rancheros” cuyo coro repetía: “y me alejé de ti”.
La primera vez que ella entró en mi habitación, me encontró pintando con crayones. Su mamá la había llevado a mi casa. Para que no se aburriera, le pidió permiso a mi mamá si podía jugar conmigo. Mi madre con la venia de la suya asintió. Yo no la conocía. Mi madre con solo una mirada me dio a entender que ella entraba a la habitación y que la tratara bien. Tímidamente, ella agarró un crayón naranja y le acerqué un libro de láminas para que lo pintara.
Me aburrí de su compañía, dejé a un lado los crayones y las láminas de los Transformes. Me eché en el piso de parqué encerado, miré debajo de la cama y me arrastré hasta la oscuridad. Allí estuve unos pocos minutos mientras ella le parecía sin importancia y continuaba pintando las láminas que le presté.
De pronto, ella ingresó debajo de la cama y apretó un llavero de Hello Kitty que llevaba en el bolsillo de sus shorts y del cual salía una pequeña luz. Ella alumbró, vio y luego sonrió mis dibujos hechos sobre los tablones de la cama. Yo también le sonreí más por el gesto que ella tuvo en iluminar los dibujos que yo había trazado en la oscuridad.
Después de un corto tiempo, su madre lanzó un grito desde la cocina de la casa:
- ¡Estrellita!
La niña hizo un ruido aspirado para luego sonreír colocándose el índice en los labios. Estaba decidida a jugarle una broma a su mamá. Su madre, al no hallar respuesta, subió para arrancarla de la habitación. Entró y no nos vio. Nosotros tampoco hacíamos ruido. Hasta que volvió a gritar esta vez dirigiéndose a mi madre:
- ¡Ali! ¿A dónde se han ido los niños? ¡Ya me tengo que ir!
Y volvió a gritar:
- ¡Estrellita, si no bajas ahora, te dejo!
Ella salió debajo de la cama y me miró abriendo los ojos como lo hacen todas mujeres clamando complicidad. La niña se colocó en el lugar donde estaba pintando y yo hice lo mismo.
Después de buscarnos por toda la casa, volvieron al lugar inicial. Allí nos encontraron en el mismo sitio sin hablar, sin dar explicación y sin hacer ruidos. Vociferó, la señora:
- ¿Dónde te escondes hija? Hace rato que te busco.
Su madre la cogió de la muñeca, se la llevó apurada. Antes de perderla de la habitación, volteó rápidamente y me dejó una sonrisa y el llavero de Hello Kitty olvidado en lo oscuro de un rincón del cuarto el cual hasta ahora conservo.
Nunca volvió a mi casa, ni a mi habitación ni siquiera debajo de mi cama. Mucho tiempo después, supe de su mamá por un comentario que hizo la mía cuando escuché que había fallecido de cáncer.
Pasaron unos 5 años cuando admití su solicitud de amistad en Facebook. Poco a poco, la fui siguiendo, veía sus fotos, pero nunca las comentaba. Ella creció, subió sus fotos de viaje de promoción y su etapa “emo”, su ingreso a la universidad. Más viajes con su novio empresario y su boda a las afueras de Lima en Cieneguilla.
Mi vida -así como la de ella- no fue muy distinta. Recuerdo que discutí con una novia por el bendito llavero de Kitty porque me negué a darle detalles de cómo lo conseguí. A veces uno consigue historias que no quiere contar a nadie. Historias que perderían su encanto al compartirlas.
Cierto día, me envió un mensaje para una cotización de recuerdos de primera comunión para su tercer hijo puesto que ya había subido al internet las muestras de mis trabajos como diseñador gráfico. Ella dejó a mi criterio la elección del arte. Después de horas de pensarlo, le envié las muestras del diseño para su aprobación. Ella asintió rápidamente.
Luego de unos días de terminado el trabajo, le envié los recuerdos por delivery. Además de los datos correspondientes al evento, estaba allí consignado uno de mis primeros dibujos en los tablones de mi cama al cual le había añadido una pequeña estrella.
Dchawsj
Lima, noviembre 2024

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