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Emiliana (Relato)

  • Foto del escritor: danielchawnamuche
    danielchawnamuche
  • 10 sept 2021
  • 2 Min. de lectura

Caminé cerca de cinco kilómetros pensando que pudo haber pasado con Emiliana Rojas para que me dejara solo. Esperándola.

Una hora antes, ella me pidió que cuidara su maleta. Dijo que no se demoraría, que iba y volvía pues aún le faltaban algunos recuerdos que empacar. Sé que ella no tomó el bus. Si lo sé muy bien más no comprendo aún sus motivos por el cual pegara furtivamente la huida en la camioneta de la compañía minera.

Quizá la verdad estaba dentro de la maleta que ella abandonó. Más no me atreví a abrirla. Pienso si dentro de aquella hubiese estado alguna carta en el cual explicaba su decisión, acaso ¿cambiaría el curso de los acontecimientos? ¿Se atenuaría mi perplejidad? Me preguntaba.

Si ella me convenció para irnos juntos, ¿Por qué se fue de esa manera? Huyendo.

Me he quedado en el pueblo, esperando en vano su retorno. Contemplo por las mañanas su equipaje aún sin abrir. Sonrío al pensar que allí adentro se encuentra la verdad. Pero no la corroboro quizá no tanto por curiosidad sino por seguridad. Pienso que hay cosas que no deberían saberse por respeto al destino.

Han pasado varios años y no sé nada de ella. La he buscado en cada fiesta de la patrona pensando que quizá su devoción la hiciera regresar al pueblo como lo hacen muchos paisanos que fueron hacia la ciudad.

No tengo nada en contra de Emily. Es más, en su honor, mi tercera hija lleva su nombre. Su madre en alguna ocasión me pidió que me desasiera de la maleta que yace postrada e inválida en el patio cerca de los aparejos para la siembra. No lo hice. Pero la coloqué en un altillo muy pegado al tejado. De hecho, a ella poco le importaba su origen y a quien le pertenecía. Le preocupaba más las siembras, la indignación por las heladas y el miedo a los huaycos.

Hace unos días una camioneta de la mina se detuvo cerca del pueblo. Yo llevaba cargada a Emily, mi niña, en brazos pues no quería que pisara los charcos que había dejado las lluvias de febrero. Desde la camioneta, bajo corriendo una niña un poco mayor a la mía e ingresó a la tienda. Mi niña quería ver la camioneta de cerca. Nos acercamos y jugábamos a hacer gestos mirándonos en las lunas espejos polarizadas.

De pronto, un perfume conocido por mi recuerdo me hizo intuir la cercanía de algo que hace mucho tiempo había perdido. Solo un pequeño instante dejé de sonreír y con mi niña volvimos nuevamente al juego de las morisquetas. La otra niña regresó de la tienda e ingresó raudamente a la camioneta. Esta se encendió sin mucho ruido y poco a poco se fue alejando.

Quizá, Emily regresó en forma de aroma o quizá estuvo al otro lado del vidrio polarizado mirándome a mí y a mi pequeña. Felices. Divirtiéndonos.

Dchawsj

Yamakaientsa, setiembre 2016




 
 
 

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