El santuario (relato corto)
- danielchawnamuche
- 3 dic 2022
- 2 Min. de lectura
Había dos hombres, uno entraba al santuario y el otro se quedaba afuera. Uno era rico y el otro, pobre. Pero, ambos necesitados de Dios.
El que entraba al santuario cumplía con los preceptos, rezaba el rosario y muy juicioso en cumplir con los ayunos decretados por el párroco. El otro no hacía otra cosa que pedir limosna en la puerta del santuario con un pequeño cartel donde estaba escrito Miq. 6, 1-8.
Un día un fuerte viento cruzó la ciudad y se llevó el cartel del hombre que mendigaba. Así que no le quedó otra que vociferar:
- ¡Miqueas seis uno ocho!
Aquel día el hombre que rezaba se sintió perturbado por la voz del pobre no pudiendo rezar las letanías. Salió del santuario, cogió su automóvil y fue a visitar al párroco:
- ¡Hay un hombre que no ha parado de hacer ruidos y no deja que los peregrinos recen! Imploro que haga usted algo. Mi familia ha invertido mucho dinero en la construcción de este santuario.
El párroco fue al lugar y, efectivamente, encontró al mendigo gritando: “¡Miqueas seis uno ocho!”. Y ordenó a la policía que custodiaba el recinto a dejar libre una parte del perímetro cercano a la puerta.
Al cabo de unos años, el párroco murió, el pobre dejó de mendigar y el rico dejó de visitar el santuario. Y, luego, ambos fueron dónde el nuevo párroco. En un día, uno habló con él:
- Señor. Por años vine a este santuario a rezar y a pedir pues tenía la esperanza que Dios me haga justicia y me restablezca lo que mi familia perdió en la reforma agraria. Pero, han sido inútiles mis rezos y oraciones.
Al otro día, llegó quién antes mendigaba y le habló al párroco.
- Señor, por años llegaba a la puerta del santuario a pedir limosna con un cartelillo que decía Miq. 6,1-8. Nunca supe de que hablaba esa cita. Pero, un día ayudé a cambiar una llanta y luego un hombre me llevó a su taller de mecánica a que reemplazara a su hijo quien se había accidentado. Llevo varios años trabajando como ayudante de taller.
El nuevo párroco no hizo más que escuchar y repartir bendiciones a aquellos fieles que deseaban ser escuchados. Miraba al cielo y suspiraba.
Una vez acabada la jornada se retiró a su habitación, cogió la biblia y halló la cita del profeta Miqueas. Cerró la biblia:
- ¡Será! -exclamó el párroco-.
Dchawsj
Azpeitia, España. Noviembre 2019

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