El poster en la pared: Bibi Gaytan
- danielchawnamuche
- 9 ago 2021
- 3 Min. de lectura
Un poco más de mediados del año 1992, conocí a Diana Sequeiros. Ella competía junto con varios muchachos en las llamadas olimpiadas matemáticas organizadas por las municipalidades distritales de Lima y la académica Cruz Saco. En ese momento, dada mi buena performance en el arte de los números, fui invitado a participar de dichos eventos.
Diana era como todas las de su edad: acné en la frente, cabello largo ondulado, falda ploma hasta la rodilla y una chompita azul con el emblema de su colegio. No obstante, algo la distinguía y era que competía en las olimpiadas y no porque otras niñas no supiesen de números sino que Diana era muy valiente para enfrentar a los demás competidores; todos nosotros hombres.
No cabe duda que dominar las matemáticas en el colegio genera cierta soberbia. Es decir, te da un privilegio, un status y una admiración entre tus compañeros. Incluso, más aún, si los lunes en la formación presentaban a los ganadores de las olimpiadas al frente a todo el colegio. El alumno Peralta, uno de los mejores matemáticos y orgullo del colegio, era ya toda una celebridad.
Muy pocas veces hablábamos de resultados entre los competidores después de dar el examen. Ella medía 1.68 metros, yo un poco bastante menos –pero no tanto-. Peralta, el alumno de cuarto que competía contra los de quinto, siempre terminaba mucho antes y con un aire de autosuficiencia se paseaba hacia la puerta de salida. Al tocar el timbre de finalización de la prueba, yo apresuraba a entregar la hoja de resultados y largarme, pues, ya hacía bastante con levantarme temprano los sábados .
Cierto día sabatino, -en una de esas apresuradas salidas- la señorita Sequeiros se inclinó a tocar mi hombro derecho. “¿Qué… Qué marcaste en la 20……. B?”, me preguntó sonriendo tímidamente. Volteé y alcé los ojos para que no pensará que ya había visto la parte de la chompa que cubría sus juveniles pechos. “A ver”, le respondí observando el cuadernillo de preguntas. “Si, creo que es esa”, añadí.
Poco a poco, las competencias ya no eran tan importantes como pasar unas horas con ella. Yo no le hice tanto caso al principio porque al igual que otras chicas su edad, comenzaban a preguntarme acerca de otros chicos, las fiestas y demás intereses lejos de mis posibilidades. Peralta no solo seguía ganando ego y premios, también me tenía envidia.
Se acercaba diciembre y ya no habría más competencias. Ella lograría la media beca de premio en la Cruz Saco para que estudie en el verano siguiente antes de los exámenes de admisión a las universidades. Yo, con un cuarto de beca por ocupar el décimo puesto, sentía una gran incertidumbre acerca del futuro.
“¿Qué lees?”, le pregunté el último día que dejé de verla. “N…Neruda”, me respondió como la primera vez que me habló. “¿Escribes?”, me preguntó interesada. “¿De qué escribiría?” le dije estúpidamente. “Toma”, me regaló un papel cuidadosamente doblado. Yo miraba el acné de su frente a punto de estallar. Tras un silencio, subió a su bus que la llevaría hacia el distrito de Jesús María.
Al llegar a mi casa, con el adolescente lamento de que pude haber dicho algo más, me fui a mi habitación. Abrí el papel donde rezaba un bonito poema firmado con el seudónimo de Bibi. Allí recordé la historia que ella me contó. La cual, siendo ella muy pequeña, pronunciaba su nombre como Biana. Luego, una temprana tartamudez hizo que repitiera la primera sílaba cada vez que se sentía enamorada. Aquello que solo superó rindiéndose al sobrenombre de Bibi como la llamaban en su casa.
Cuando llegó verano del 93, la volvía a recordar por un poster de una hermosa mujer mexicana que apareció en un suplemento de una revista. Y ahí -sujetado con cinta scotch en la pared de mi habitación- lucía con su bikini plateado; tan hermosa con sus ojos negros mirándome a tres cuartos de rostro con un hombro apoyándose en una palmera. Yo la imaginaba a ella preguntándome: ¿me escribes algo bonito?
Dchawsj
Sisoguichi - Chihuahua, Agosto 2014

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