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El overol (relato)

  • Foto del escritor: danielchawnamuche
    danielchawnamuche
  • 1 oct 2021
  • 3 Min. de lectura

No hay mayor vergüenza para un niño que mearse en los pantalones.

Me sucedió hace mucho tiempo. En ese momento, yo no era quien escogía mi ajuar. Era mi madre. De hecho, ella tenía buen gusto. Algunas veces de marinerito. Unas de vaquerito. Otras con camisa o con polo, etcétera. Sin embargo, a esa edad, verse bien no era mucho de importar, igual la ropa terminaba sucia o manchada.

Yo llevaba solamente medias, un calzoncillo y un polo manga larga amarillo-crema con un logotipo que decía Jack Lemon. Toda esta ropa interior iba cubierta por un overol.

El overol es un atuendo con pantalón incorporado. Muy cómodo y fresco. Genial para lanzarse en los pisos de madera tipo parquet. Lleva un gran bolsillo en el pecho para guardar juguetes o cachivaches encontrados en la calle. Y broches a la altura de la clavícula con tirantes que salían de la espalda.

Un día había estado jugando en la casa de unos niños quienes eran los hijos de una amiga de mi mamá cuyo esposo tenía un negocio de fotografía, el estudio Matayoshi, en el distrito de La Perla en el Callao.

Había jugado toda la tarde, a todo lo que se puede jugar un niño cinco años sin ninguna preocupación y con toda la libertad que te permite vestir el overol. Cerca de la noche, llega la hora de la chompa que es igual a la hora de despedida. “Ya trae tu chompa que hace frío y ya nos vamos”. Decía mi madre.

Cabe resaltar que todas las madres siempre eligen no sólo la más abrigada sino la más ajustada. Esas chompas que ellas solo las pueden colocar y las pueden quitar. Mi madre asía el puno del polo Jack Lemon para que la chompa no lo arremangara cuando ésta era puesta.

Los niños son muy diferentes a los adultos. Cuando un adulto va a una casa lo primero que pregunta después de saludar es: ¿Dónde está el baño? y luego juzgamos toda la casa de acuerdo a como se ve el baño. Un niño no es así. Para un niño, el baño es lo último que se le ocurre visitar.

Durante esa tarde, la Sra. Matayoshi preparó chicha morada y a más jugábamos, más tomábamos chicha. Después, vino la leche del lonche. Unos minutos después, lancé un: “mamá” muy despacio y ella me mandó callar porque los niños no deben interrumpir las conversaciones de los adultos. Luego, ella me vio como mis piernas temblaban de tal modo que muy apurada y cortésmente pronunció a su amiga: “préstale el baño a mi hijito”. La dueña de la casa señaló por dónde era.

Fue un alivio llegar al baño. Pero el suplicio vino después. Estuve buscando la salida de evacuación más próxima del pantalón. Pero no encontré un cierre porque el overol no llevaba cierres en la bragueta. Intenté infructuosamente subir las mangas del pantalón pero se atascaron ni bien comenzaba en muslo.

No había otro remedio que quitarme la ajustada chompa en búsqueda de los broches. Aquello fue una lucha fue tenaz. La chompa difícilmente podía hacerla subir por las axilas, de mi cabeza no pudo zafarse y se mantuvo abrazando mis sienes.

En unos segundos, logré liberar un brazo y con ayuda del mentón puede desajustar ambos broches. Parte del overol cayó rendido a mis pies. La otra parte logró ir a la taza del wáter.

Sin mirar -pues la chompa cubría mis ojos- tanteé el pipilín y lo dirigí hacia donde creía que estaba la taza del baño. Al no escuchar el ruido del chorrito característico, sabía que estaba mojando todo alrededor incluido parte del overol, la tapa del wáter, la toalla de manos, la cortina de la ducha y el papel higiénico.

Mi mama llegó con esa única intuición que tiene para olfatear los problemas ajenos. “Ay! hijo porque no me has avisado”. Le di una mirada como reprochándole el haber interrumpido su conversación de adultos.

Rápidamente, ella volvió a vestirme sin impórtale ya las mangas del polo Jack Lemon. Cogió un poco de papel y limpio lo que pudo. Alzó los hombros e hizo un gesto moviendo las cejas y frunciendo la jeta en resignación dándose luego una sonrisita avergonzada mientras se miraba al espejo.

Salimos del baño con dirección hacia la calle. Nos despedimos, subimos al carro y llegamos a la casa. Mi mamá me quitó la chompa diciendo casi a modo de disculpas: “creo que ya te queda chica”. Me dirigí hacia el baño, me quité el resto de la ropa humedecida por mis propios fluidos. Llené la tina de agua y me sumergí dentro de ella intentando quitarme la vergüenza. El overol fue a parar a la tina de la ropa sucia y de allí al olvido.

Dchawsj

Yamakai-entsa, Octubre 2015.




 
 
 

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