El lonche (relato)
- danielchawnamuche
- 18 jul 2023
- 3 Min. de lectura
Cuando era niño vi a mi padre muchas veces irse temprano a trabajar. Yo me quedaba sólo en casa por las mañanas porque estudiaba en el turno de la tarde del colegio.
Mi madre me recogía y llegábamos a casa ya iniciada la noche. Mi padre llegaba un poco más tarde. Mi padre siempre nos sorprendía cada vez que hacía su ingreso por la puerta de la casa pues tenía su llave y sabíamos que era él. Y si la olvidaba, él silbaba:
- ¡juijui-jui-iiii!
Algunas veces llegaba con unas bolsas de papel largas y largas en donde solo cabía un pan largo, largo. Otras veces, unos panes dulces grandes y grandes que les llamábamos muñecos y llevaban una almendra a la altura del ombligo.
En algunas ocasiones traía unas paltas cremosas o lonjas de pastel de jamón. Un día no trajo aparentemente nada. Llevaba el puño cerrado. -“Papá, que traes”. Le pregunté. Él abrió lentamente la mano y allí vi por primera vez un diminuto racimo muy parecido al de las uvas y si afinaba bien el ojo efectivamente se podían distinguir minúsculas bolitas maduras y tan frágiles que la palma de su mano llevaba unos puntitos color lila. Llevamos el pequeño racimo a la cocina y con un pequeño cuchillo lo partió en dos. Me dijo: - prueba. Yo lo probé y me pareció muy dulce. El otro pedacito lo probó mi hermana melliza quién también nos seguía de cerca. -"Eso se llama Mora". Y añadió: -"Pinta la lengua". Cuando se asomó mi mama, le dijimos: -"Mi papá trajo mora". ¿Y dónde está? Preguntó ella. "Ya no hay". Respondimos al unísono mostrando nuestras lenguas moradas. Los lonches con mi padre siempre fueron lo mejor en vez de repetir la comida del almuerzo. Había lonches con huevo frito o a veces huevo sancochado. En otras ocasiones, jamonada simple con panes de yema. Tan diferentes, suaves y dulces que el pan marrón y áspero de la mañana. A veces, galletas con atún y zarza de cebolla, salchicha de huacho o relleno. Hubo días en que a mi padre ya no lo veíamos llegar porque nos acostábamos temprano. Una noche yo estaba durmiendo plácidamente cuando de pronto una de mis hermanas mayores me despertó.
–“Hey”. Dijo.
Yo abrí los ojos y lo primero que me topé fue con su cara alegre a media penumbra. Luego dijo:
-“Mi papá trajo pollo a la brasa”. Bajé rápidamente del camarote sin desperezarme y seguí a mi hermana. Entramos en la habitación de mis padres. Allí estábamos los ocho. Por lo menos cinco sobre la cama con platos comiendo las papas. Alguna de mis hermanas usaba el planchador de mesa y otra llevaba su plato sobre la mesita de noche.
No sé como mi madre hacia para repartir. Pero, un solo pollo alcanzaba para todos con su pellejo dorado, sus papas blandas pero enteras, las bolsitas de mostaza o kétchup y el riquísimo ají. Devorábamos el pollo y dejábamos los huesos pelados dentro del envase de tecnopor. Mi madre llevaba una bolsa con los restos a la cocina y regresábamos uno a uno a nuestras habitaciones solo quitándonos la grasa de los labios. Había que dormir y quizá para seguir soñando con el sabor del pollo cuyo aroma estaba impregnado en toda la casa y en el recuerdo. Dchawsj Yamakai-entsa, Julio 2016.

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