El Cura (crónica)
- danielchawnamuche
- 12 jul 2022
- 3 Min. de lectura
Cuando mis padres cumplieron sus bodas de plata, celebramos una misa cerca de nuestra primera casa en la Iglesia San Miguel arcángel.
Para la ceremonia, colocaron 8 sillas al frente del altar y allí nos ubicaron. Mis padres estaban en un extremo a la derecha. Junto a ellos, mi hermano mayor. Luego, seguían una al lado de otra mis hermanas por orden de nacimiento. Siendo el menor iba al último.
Tras los ritos de entrada y penitenciales, escuchábamos el Evangelio. El sacerdote muy español a su estilo y un tanto adusto en sus palabras dirigió su homilía acerca de los valores cristianos en la familia. Realmente, yo no prestaba mucha atención pues siempre me distraía contemplando los murales que adornaban las paredes cerca del altar.
En el mural, por el lado derecho, Jesús rechazaba a los ricos quienes estaban sentados en mesas de lujos o haciendo negocios y, en la izquierda, un brazo que salía de unos barrotes. Más abajo, una madre andina llorando y, al lado, el cadáver de un hombre clavado con una bayoneta en el pecho. Jesús va hacia su encuentro vestido de túnica blanca y un trapo rojo del hombro hacia su cintura como usaban los diáconos.
Mi prima Sonia iba filmando el evento con mucha concentración. De pronto, el cura sube el tono de voz con una inflexión fuerte y preguntó a mis padres: “¿"A" y "Erre" será posible que siendo una familia numerosa alguno de sus hijos no quiera abrazar la vida religiosa o sacerdotal?
Mi padre lanzó un imperceptible espasmo para aguantarse la risa porque nos conocía bien. Miró a mi madre. Ella alzó las cejas y giró el cuello para ver a "Jotaerre". Él estiró la jeta y alzó los hombros. Luego, miró a "Ty". Ella se hizo la desentendida, sonrió y enseguida dirigió su mirada hacia "Ta". "Ta" lanzó una risa sarcástica que no sabe disimular. Después, miró a "Gi". "Gi" y "Cecé" se miraron mientras giraban sus cabezas negando la pregunta. Yo miraba a "Cecé".
De inmediato, "Cecé" bajo la mirada para verme -a pesar de ser mellizos en esa época ella me sobrepasaba por 20 centímetros en estatura-. Luego, observé cómo desde mi papá hasta Gi estiraban el cuello para observarme. Los miré a todos juntos y percaté que el cura también observaba atentamente.
Giré el cuello hacia la izquierda aunque era obvio que no había nadie. Miré hacia el cura y ajusté los ojos desafiándolo. Luego, apreté los labios. Y pensé: "¿por qué yo? Se mantuvo por unos segundos y continuó con su predicación. No pasaron ni 5 segundos cuando entreabrí un poco el lado izquierdo de mi boca y pronuncié un improperio que sonaba como: “chu-chu chantaba la rana”. Esa palabrota era más grande que la catedral de Lima más no se oyó pues el resto de fieles, muchos de ellos vecinos del barrio y compañeros del trabajo de mi papá junto a sus esposas, pronunciaban en coro: “Te lo pedimos Señor”. Podría jurar que mi prima captó una toma a primer plano de aquella expresión.
Terminada la ceremonia, fuimos al salón parroquial para las reverencias, el brindis y la fila del besamanos. Entre saludo y saludo mi padre murmuraba la continuación de la fiesta en la casa cuando le gritaban: “¡Chino, dónde es!”. Los compañeros de mi papá discutían la junta de dinero para comprar las cajas de cervezas. Se bebió más que en las bodas de Caná.
Aunque el recuerdo de aquel evento me hacía sentir un poco de vergüenza, lo olvidé hasta que entregaron la filmación a mis padres una semana después. A los pocos días, observaba juiciosamente el vídeo varias veces por si estaba plasmada alguna evidencia de aquella enorme blasfemia.
Dieciocho años después, a más de mil kilómetros al sur del lugar donde nací y en presencia de gran parte de mi familia rezaba públicamente la promesa de convertirme en religioso en la Compañía de Jesús en pobreza, obediencia y castidad con la gracia de Dios tras dos largos años de noviciado.
Dchawsj
Medellín, Colombia. Julio 2018.

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