El copón (relato)

Había un sacerdote cuidadosamente vestido con una camisa muy limpia quizá comprada en alguna tienda de la gran manzana de la ciudad de Nueva York. Pantalón de corte Armani gris y zapatos de cuero importado. La hebilla de su correa era de plata muy brillante como el cáliz. Y, sobre aquellas vestimentas, llevaba las finas y acabadas indumentarias de su profesión: alba, estola, casulla y cíngulo. Un par de acólitos lo acompañaron llevando velones encendidos de cera virgen de panales de abejas colocados en los porta cirios de plata. Ellos se quedaron afuera mientras el cura retiraba una llave de un lugar escondido en la sacristía. Esa llave abría la puerta de una cómoda. Dentro de la cómoda estaba la llave de un armario. En el armario había cinco cajones y en uno de ellos había una pequeña llave que abría un cofre de plata. Y, en el cofre de plata, la llave del sagrario. El cura esbozó una sonrisa de alivio. Besó la llave.

Salió de la sacristía con el rostro adusto y solemne. Lo escoltaron ambos acólitos previamente cuadrados como una guardia inglesa. Luego, se acercó con paso seguro hacia el sagrario. Una luz roja oscilaba cerca e hizo una venia. Abrió la palma de la mano y deslizó la llave hasta colocarlo entre los dedos índice y pulgar igual al movimiento que hace para encender su automóvil BMW rojo estacionado en el garaje de la parroquia. Introdujo la llave en el sagrario mandado a elaborar, años atrás, por artesanos italianos en acero con apliques de plata y bronce. Giró la llave en la fina cerradura del sagrario e hizo otra venia. Delicadamente empujó la puerta y cogió con ambas manos el copón bañado en oro. Lo colocó sobre el corporal en el altar de mármol de Carrara y se hincó por tres segundos. Luego, después de levantarse, sintiéndose poco digno, destapó el copón y lo encontró vacío. Tan vacío como la primera vez, hace más de dos mil años, en que María Magdalena encontró un sepulcro sin el cuerpo del Señor. Dchawsj Chiclayo, mayo 2016.