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Días de descanso (Relato)

  • Foto del escritor: danielchawnamuche
    danielchawnamuche
  • 16 may 2023
  • 3 Min. de lectura

Aquel día estaba aburrido y -no sólo eso- también, enfermo. Tenía un amigo médico. Él me había recetado descanso absoluto y unos fármacos de etiqueta naranja con unas pequeñas grajeas azul.


Una vez acomodado en la cama de mi habitación, prendí la televisión con cable e hice tres ruedas de zapping. Luego, lancé -más aburrido todavía- el control remoto hacia uno de los cojines. Me puse de pie y apagué la tele.

Hacía tiempo que no estaba enfermo. Hacía tiempo que no miraba por la ventana y -más aún- hacía tiempo que no disfrutaba tanto de mirar a través de ésta.

Al mirar nítidamente por la ventana, me di cuenta que casi se parece a una imagen estática de la tele: la calzada, los carros estacionados, las plantas de los jardines, las paredes de las casas de los vecinos pintadas con los mismos colores siglos tras siglos, los vecinos que salen a comprar y los niños que van regresando del colegio.

Horas más tarde -luego de aquella contemplación- me dio la curiosidad de mirar hacia otras ventanas de los departamentos. Allí miré a un tipo un tanto obeso quien disfrutaba adictamente las imágenes de su tele. También, observé a unos niños jugando sus video-juegos con sus mochilas intactas tan iguales como salieron del colegio. Vi unas cortinas abrirse y algunas persianas cerrarse.

Otro día, -mientras seguía en convalecencia- vi a una muchacha hablar por el celular. Se paseaba por los pasillos, abría la ventana, miraba hacia la calle, se reía, miraba el reloj, cortaba la llamada y luego recibía otra. No cabía duda que aquella era la chica más linda que vi a través de la ventana. Tampoco, de que las personas que observé, disfrutaban aquellos momentos cotidianos.

Al día siguiente, -para matar un poco el aburrimiento- decidí hablar con la chica en un diálogo imaginario mientras colocaba palabras y pensamientos a sus gestos claramente definidos desde mi ventana. Esperé atentamente. Ella llevó su celular al oído y esperaba. Yo cogí mi celular. Apenas ella sonrió, yo imité su gesto y sonreí mientras miraba los autos cruzar la avenida. Y dije: “Hola, soy yo, hace un par de días que te observo y te ves encantadora”.

Aquellas palabras las dije lentamente mientras calculaba sigilosamente ver su próximo movimiento y gesto. Ella lanzó una carcajada. “No pienses que soy un enfermo aunque, en verdad, si lo estoy pero solo es una gripe pasajera”. Ella asentía con la cabeza pero poco a poco se ponía seria. “Debí decírtelo hace tiempo, me voy a mudar”. Ahora ella lloraba. “Va a hacer difícil, mi tío sigue enfermo y los chicos están en la sala jugando”. Actué con esas palabras sin mirarla a ella, pero mirando siempre a las otras ventanas. Lo último que ella hizo fue colgar el teléfono, la vi bajar por unas escaleras. Luego, salir por la calle y subirse a un auto negro.

Aquel día, en vano esperé su regreso con la frente apoyada en el vidrio de la ventana. Mis días de descanso médico ya terminaban. Al día siguiente, volvería a la oficina y regresaría como todos los días por las noches: agotado, agobiado, sin ganas de contestar el celular ni de ver a alguien y, más aún, sin ni siquiera intentar mirar por la ventana.


Dchawsj

Yamakai-entsa, Imaza, Bagua. Mayo 2014





 
 
 

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