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Del pequeño crotón en el jardín de ella (relato)

  • Foto del escritor: danielchawnamuche
    danielchawnamuche
  • 13 oct 2021
  • 2 Min. de lectura

En el jardín de ella, pasé un buen tiempo aprendiendo las cosas más elementales de la vida. Aunque años después, fue ella misma quién me lanzó a explorar la calle del barrio.

En el centro del jardín de ella había un pequeño arbusto "crotón"; atrás de éste, una enredadera de jazmín sujetado en la pared, hacia ambos extremos una ramada de vid invadida de loros pihuichos y una planta acalifa de hojas verde-amarillo.

En el suelo del jardín de ella crecían algunas hierbas como la malamadre o cinta y las blancas azucenas. Cada cierto tiempo, aparecían algunas setas de hongos en los meses más húmedos de Lima.

Saltando por el suelo del jardín de ella creció un pequeño sapo que traje del club vacacional de Chaclacayo un verano. Vivió cerca de siete años hasta que lo encontré inerte, seco, oscuro y más plano que las hostias de la catedral de Lima.

Allí en el jardín de ella, me visitó por primera vez la abeja que me besó en la palma de la mano con su aguijón. También, los chanchitos de tierra o bichos bola quienes muchas veces pude observar a simple vista cómo parían unos minúsculos puntos amarillos. Las hormigas que alimenté con los gusanos que venían en el choclo los cuales hacía sufrir juntando los rayos del sol. Las lombrices, las arañas y los pequeños caracoles eran fáciles de hallar.

Periódicamente, llegaba el jardinero siempre con filamentos de grass adosado a su cara sudada. Un tijerón de podar bien afilado y una espátula eran sus herramientas comunes. El tijerón iba envuelto en saco de yute y la espátula escondida en el bolsillo trasero de su pantalón varias veces remendado. Sus zapatillas de tela dejaban notar la piel oscura de sus empeines a través de unos mezquinos pasadores .

Del jardinero aprendí que no debía jugar con el guano de caballo pues podía tener piques. Estas pulgas ingresan en las uñas y luego no los puedes quitar salvo con una aguja y mucha paciencia. Astuto jardinero. Aquello me mantuvo a cierta distancia de poder interrumpirlo. Y -a la verdad- nunca vi un pique.

Ella, mi madre, regaba su jardín con un chorro fuerte de agua haciendo que todos los animalitos de mi inventario huyeran. Hasta el sapo lo vi una vez trepando por el arbusto de jazmín. Con aquel diluvio artificial, el abono tornaba al mismo color del suelo.

Mientras el suelo escampaba, se podía oír cómo se movilizaban las viscosas lombrices como el hambre del mediodía.

Por las noches, las plantas perdían sus nombres propios para conformar un follaje de penumbra y temor. Otros bichos se hacían presente como los grillos que cortejan a sus hembras con canciones que brotan de sus élitros.

Tras la penúltima mudanza, el reino del pequeño crotón se quedó en nuestra memoria. Sólo pudimos llevarnos en macetas las plantas eucaris y las plantas suculentas de fácil regeneración como la oreja de ratón, el jade y el kalanchoe.

En los años que vivió mi madre nunca la escuche extrañar su viejo jardín como lo hacía yo; quizá ella sabía muy bien que la vida continuaría en ése o en otros jardines en cuanto exista Dios y jardineros que las quieran sembrar.

Dchawsj

Yamakai-entsa, octubre 2015.




 
 
 

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