De cómo mi abuela resumió 2000 años de cristianismo con una frase repetida (Crónica)
- danielchawnamuche
- 8 nov 2021
- 2 Min. de lectura
La muerte de mi madre fue rápida y lejana. Sucedió muy lejos de mi hogar, en otro país, y en circunstancias insospechables. Sus funerales en Lima, más rápido aún. Murió 29 años después del mismo día en que parió mellizos -mi hermana y yo- en un lugar de los EEUU, en Anaheim en el Estado de California. Sus rápidos funerales acaecieron entre los 15 primeros días del mes de julio del año anterior a mi ingreso al noviciado de la Orden religiosa de la Compañía de Jesús.
Los funerales me sorprendieron más aún y no tanto por acompañar y velar el cuerpo embalsamado de mi madre sino por la cantidad de personas que estaban allí presentes a quienes yo podía recordar y evocar momentos gratos de mi historia junto a ella. Allí estaban tantas personas: madres de familia de amigos del colegio Claretiano, señoras del barrio de San Miguel y de Mayorazgo, tíos, tías, primos, primas, amigos y amigas de mis hermanas, compañeros de trabajo y la universidad, amigos del teatro, amigos de mi padre quienes trabajaron con él en el otrora Banco Popular, un maestrillo, un cura jesuita y otro agustino y, finalmente, la única abuela que me quedaba.
Esa ocasión fue la tercera vez que veo la imagen de mi abuelita en circunstancias de un funeral. La primera vez fue en el año 1987 con la muerte de su yerno, mi tío Lucho. La segunda en el 91 con la muerte de mi abuelo Augusto y he aquí la tercera con la muerte de su nuera y ahijada en el primer lustro del siglo XXI.
Resulta entonces que… abro paréntesis ¿por qué a los viejos (y también a muchos niños) no hay que decirles ni mencionarles ciertas noticias porque pensamos que lo van a recibir muy mal y no deben enterarse?, en fin… cierro paréntesis. Continúo.
Sucedió que cuando contemplaba a toda esa legión de personas que por años no había visto, apareció entre todas ellas mi abuelita. Yo no sabía que hacer o decir y me sentí como el día en que me descubrieron una travesura hecha. Mi abuela se acercó y antes de que yo pudiera decir nada me agarró de las manos, me sonrió y me dijo: “yo soy tu mamá, yo soy tu mamá”. No dijo más.
Y, en efecto, la vi a ella: amorosa, tierna, viva, con sus ojos llenos de candor y calor. La vi a ella siendo abuela, madre e hija y amiga y esposa y ahijada y madrina. Sin dudarlo, un cúmulo de ternura entre tanta tristeza se hizo presente entre mi abuelita y yo. Y sentí tantas cosas en ese gesto espontáneo, tan memorable que no pudo ser otra cosa que ella misma, mi madre, y por qué no hasta el mismo Cristo resucitado dándome ánimos, fuerza y consuelo.
Dchawsj
Lima, Enero 2013
Post-crónica: En el día que murió la abuela cerca de la tierra que pisé y el río que navegué miré al cielo. Lágrimas rodaron por mis mejillas y sonriendo dije: “yo soy tu nieto, yo soy tu nieto”. Ella volvía a Dios y yo triste miraba al río Marañón.
Yamakaientsa, Noviembre 2016

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