Correspondencia (crónica)
- danielchawnamuche
- 27 sept 2021
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Terminando ya su adolescencia, mi hermana mayor logró inscribirse por medio del correo regular a una asociación o programa que le permitía conocer personas en otras partes del mundo y así iniciar amistades a larga distancia. Ello era muy novedoso para la época porque creaba ciertas sensaciones que permitían por ejemplo escribir cartas, esperar la correspondencia, sentirse leído, escuchado, imaginado, etc. Sin embargo, dado que yo no tenía la edad suficiente, no podía acceder a ello.
Recuerdo claramente que fueron dos las amigas de mi hermana cuyos nombres no recuerdo pero ella me mostró parte de esa correspondencia. La primera era afroamericana -quizá de apellido Jackson- y, obviamente, le escribía en inglés y la otra era brasilera –quizá Telma- y fanática del entonces boom musical adolescente: el grupo Menudo.
Lo más bonito de tener hermanos mayores es que uno de niño sueña con el momento en llegar a tener sus edades para poder acceder a las sensaciones emocionantes propias de esa edad: disfrutar de las fiestas, formar parte del grupo parroquial, los primeros amores, los ingresos a los estudios superiores y, entre otras cosas, ésta que les cuento que hoy parece inútil: recibir correspondencia.
Aunque hay cierta similitud con el “hoy-en-día” email no es lo mismo y nunca lo será. En esas épocas, yo sabía que el cartero no traería nada para mí pero yo esperaba y créanme que uno nunca sabe o al menos así lo vivía de niño. También, es cierto que me alegraba mucho cuando mi madre nos compartía en familia las cartas de mi tía Antonieta o de mi tía Chela ambas desde los Estados Unidos.
Para mí, ese tipo de correspondencia de letra, papel y cartero sigue siendo hermosa, confidente y sobre todo placentera. Describían siempre un saludo y un final, párrafos aclaratorios y cambios de lapicero, escritos al pie y costado de página, interminables despedidas, el deseo sincero de que la misiva llegara a su destino y la infaltable
postdata que en otros términos significaba: “eso que no te quise decir al principio y que luego lo olvidé y que más tarde me acordé y no quise decírtelo pero te lo escribo ahora para que no se te olvide ni se me olvide a mi decirte que no me olvidé de decírtelo”.
Entonces, escribir una carta, así como leerla, era casi todo un ritual. Exigía y tomaba su tiempo. Movía mucho más sentimientos que los ahora cortos, fríos e inmediatos emails.
Tuve que irme a vivir lejos para escribir y enviar recién mis primeras cartas, ya que me fue imposible recibir una –la mayoría de amigos y amigas se adecuaron a las nuevas tecnologías-.
No he olvidado esa primera carta, la cual contaba lo mucho que extraño a mi familia, las cosas maravillosas que he vivido en los Andes, el frío, la gente, las fiestas patronales, la semana sin bañarme porque el agua estaba muy fría, sobre los amigos de aventura y nuestras peleas, las amistades que conocí y que jamás he vuelto a ver. Dado que no había más que papel y deseo de contar, las descripciones debían ser lo más fiel a lo vivido y la narración muy exacta.
No sé qué ha pasado con esa primera carta creo que mi padre la conserva en algún lugar furtivo de su memoria. Yo guardo todas las cartas que he recibido: las de mi mamá y mi papá cuando viví en Yauyos; junto a éstas una carta-tarjeta de una amiga que conocí cuando trabajé en una galería en la avenida La Molina y que en resumen me decía:
cholito, pórtate bien. Y están también las cartas que recibí estando en Chiclayo y las cartas y postales de mis hermanas cuando estuve en el noviciado jesuita en Arequipa.
Por último, de toda esa correspondencia no deja de sorprenderme el recuerdo más grande y fue aquel día de mediados de octubre del año 2005 que estando en la selva amazónica recibí, gracias a un amigo hoy ex-jesuita, 11 cartas familiares todas escritas el mismo día.
Finalmente, las comunicaciones han mejorado hoy en día, se es más directo ahora con el celular, el email y el skipe, el tiempo de espera es cada vez más corto y el silencio suele incomodar al remitente. Las palabras son perfectas sin distinción, las emociones ya no son descritas sino impuestas por un emoticon, existen más faltas ortográficas y la gente ya no cuenta cosas inútiles sino lo necesario con la consigna de la inmediata y corta respuesta. Las personas de ahora ya no tienen el tiempo ni la necesidad de escribir frases bonitas como por ejemplo: “Estuve pensando en ti y decidí escribirte para que me cuentes cómo estás”.
Dchawsj
Yamakaientsa, setiembre 2013

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