C´est la vie (Relato)
- danielchawnamuche
- 5 oct 2022
- 5 Min. de lectura
Si algo me pedía, difícilmente podía decirle que no. Ella tenía 8 años y yo había cumplido 6. “Jugamos al mundo” decía animada. “Yap” yo respondía. Otro día, me dijo: “Al monopolio”. “Yap” le respondí. Luego, repliqué: “Pero, de a dos, es aburrido. Además, falta plata porque el otro día te la llevaste. Eres una ladrona”. “No soy ladrona. Fue una necesidad. Estaba jugando con mis amigas a las vecinas y mi cartera no tenía dinero. Quería presumir que tenía marido y me daba plata”. “Yo quiero ser el carro” le interrumpí mientras miraba las fichas del monopolio. “No, no y ¡no!” dijo ella. “Yo quiero ser el carro porque yo soy mayor que tú” añadió. “Pero las mujeres no manejan carro” le increpé. “¿Tu mamá no es mujer?” preguntó. “Exacto, no es mujer es mamá y hace movilidad escolar; maneja porque si no, los niños no podrían ir al colegio” respondí.“ ¿Por qué no eres la plancha? le pregunté”. “No, porque el otro día me quemé y…” lo dijo solo por responder. “Además, solo hay billetes de 1, 5, 10 y faltan los de 50, 100 y quinientos. ¿Por qué no te llevaste los pequeños?” le interrogué. “Estás loco qué pensarán mis amigas cuando jugamos al té que mi marido me da el sencillo” respondió muy convincente. “Hay que jugar a otra cosa” le dije aburrido. Se puso de pie. “Al papá y a la mamá” exclamó. “Uhmmm... ya, está bien” era mi típica respuesta. “Pero como el papá se va a trabajar entonces tú vas a ser mi hijo y te llevo y recojo del colegio, te preparo tu comida y te ayudo en las tareas” se le ocurrió en el momento. “¡Cha! Que pendeja eres, cómo vamos a jugar al papá y la mamá y no va haber papá” le respondí burlonamente. “Oye. Y esas palabras de dónde las aprendiste” me dijo asombrada. “Dónde más pues en el colegio” expresé. “Otro día jugamos a eso, allí viene mi papá y trae algo para el lonche, vete a tu casa” le dije señalando con un dedo la puerta. “¡Chau!” se despidió trompuda. “¿Y esa niña? me preguntó mi papá. “¿No tiene amiguitas?” insistió. “Si pero también viene a jugar conmigo” respondí. “¿Y tú? ¿no tienes amigos?” me interrogó. Esa vez, militarmente. “Si, pero me aburro porque siempre me mandan a tapar al arco. ¿Y ese pan?” le pregunté con curiosidad. Y aclaró: “No es cualquier pan se llama baguette”.
Difícilmente podía decirle que no. Habían pasado siete años. “Vamos prueba un poco” me dijo. “Pero si me huele mi papa y se da cuenta…” titubeé. “Solo un poco” insistió. “Está bien y a ti ¿no te dicen nada?” pregunté. “En las fiestas de quince años tomamos un poco de cóctel” respondió. “Está rico ¿Qué es?” pregunté saboreando. “Algarrobina” indicó. “Tráete unos fósforos” dijo con sigilo. “¿Para?” pregunté ingenuamente. "Tú trae, no más” me dijo. “Está bien, ya voy”. Me fui en dirección hacia la cocina y regresé. “Mira tengo cigarrillos, los robé de la cartera de mi mamá” dijo con voy tentadora. “Tú no cambias ¿no?” le increpé. “Prende” insistió. “Yo no sé” respondí. Ella se acomodó el pelo y puso el cigarrillo entre sus labios. Yo prendí el fósforo y se lo acerqué. Aspiró lentamente y botó desordenadamente el humo sin estilo. “Prueba” me dijo acercándome el cigarrillo por el lado del filtro. “Apaga eso” le dije nervioso. “Dale. Solo una pitadita” me instó. Examinando el pucho le dije: “¿Qué marca es?”. “Marlboro rojo. Creo” me respondió con cierta duda. Aspiré como hace tiempo había visto hacerlo a mi papá. “Mi-er-da-que-fuer-te” dije tosiendo. No pasó un segundo cuando exclamé: “¡Chucha, mi viejo!”. “¿Qué?” preguntó desorientada. “Cojuda, ahí viene mi viejo” repetí. “Si ya sé pero ¿Qué es chucha?”. “La verdad no lo sé exactamente pero en el colegio todos hablan así. Llévate tus puchos” le apuré. “No, no puedo. Guárdalos tú” y se desentendió del asunto. Ella salió de mi casa sonriendo a mi viejo con las marcas de un bigote de cóctel de algarrobina. “¿Has estado fumando?” me preguntó mi papá. “Te voy a decir la verdad” inicié mi argumento. Y le hablé de hombre a hombre: “Tengo un trabajo acerca de los volcanes y le dije a ella que me ayudara y la tonta trajo cigarrillos de su casa y los prendió”. Él me creyó la mitad y tenía razón porque lo de los volcanes era mentira. “Y esa bolsa ¿traes pan?” le pregunté. “Si, son croissant. Abre las ventanas que todavía huele a cigarro y cámbiate que no te huela la ropa, tu madre” me respondió con cierta complicidad.
Ella tenía 28 años y yo, 25. Pero ¿regresarás? le pregunté. “Claro. Cómo se te ocurre que me quedaré allá” dijo muy segura de su respuesta. “Y cuando regreses, me buscarás” pensé en voz alta. “Mmmmm ahora no lo sé, no me hagas tantas preguntas. No creas que es fácil para mí” dijo sin pronunciarlo. “¿Cuánto tiempo dura?” le había hecho la misma pregunta muchas veces. “Tres años con la tesis”. Era la enésima vez que me respondía igual. “Tonto, ponte en mi lugar ¿Dejarías pasar la oportunidad de irte?” me preguntó realísticamente. Y, con la misma catarsis, le respondí: “Tienes razón. Te voy a extrañar cabezona y péinate porque tu look de pelo mojado secado al natural es espantoso”. “Y tú deja de decir lisuras mierda que te vengo escuchando desde que tenías 6 años. Parece que nunca dejaste el colegio”. Esa respuesta me dolió. “Cojuda sabes que lo digo involuntariamente cuando me pongo nervioso” le confesé. Y, siendo indulgente, me dijo: “Toma”. Repliqué: “¿Y éste carrito?”. “De tu monopolio, pues” lo dijo pensando como si yo lo recordara. Y casi insultándola: “Ve ésta conch….”. “¡Qué!” respondió inmediatamente molesta. “Nada, nada” tratando de minimizar el hecho. Luego, contó: “resulta que en esa época fui a jugar monopolio en la casa de una amiga y como no me dejó ser el carrito se lo tire por el wáter de su baño pero se dio cuenta y me dijo que si no le entregaba uno le decía a su mamá. Así que te robé el tuyo para dárselo a ella”. “Y se lo diste” le respondí tonteándola. Y ella me remedó: “No, porque aquí está. Idiota”. Y añadió: “le di mi Barbie pero tuve que decirle después a mi mamá que tu perro la mascó”. “Ve las cosas que uno se entera después de tanto tiempo” comenté tranquilo y resignado. “Buenas tardes señor”. Ella saludó a mi papá. “Hola mamita, visitando acá al hombre” le dijo codeándome. Respondió coquetamente: “Sip”. “¿Y esa bolsita, señor?” preguntó curiosa. “Los redonditos son petipanes y los enrollados karamandukas. Sírvete”. Luego agregó: “Bueno, los dejo”. Ella asintió sin soltar los pancitos: “Si, dentro de un rato, yo también me voy”. Suspiró. “No seas glotona mierda no te comas todos” la conminé. “Estas cosas no van a haber allá” me increpó molesta sin dejar de masticar. Nuevamente casi la insulto: “Tú eres…”. “¡qué!,¡qué¡” exclamó señalándome estirando el mentón. Le expliqué: “Digo, ellos son los que inventaron el baguette y el croissant y no van a hacer petit pane”. Y, resignado ante su partida, le acoté: “Ya vete oye, das cólera”. Ella me conocía muy bien e imperativamente habló: “Ábreme la puerta”. La besé en la mejilla. “Que tengas un buen viaje, flaca y estudia” le dije despidiéndome con una falsa e inútil sonrisa incapaz de ocultar mi tristeza. Tras cruzar el marco de la puerta, adiviné su intranquilidad y le puse toda mi atención hasta escucharle decir: “Solo quería decirte algo más. Desde que te conozco, tú nunca me negaste nada y yo desde hace mucho tiempo sabía lo mucho me querías. ¿No?”.
Dchawsj
Yamakai-entsa, setiembre 2014.

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